Josu Jon Imaz , presidente del PNV, le ha dicho a Arnaldo Otegi que "enviar una cuadrilla de fascistas contra un batzoki no es hacer política". Esa es la ecuación confusa, entre violencia y política --en la que está envuelta ETA y su mundo--, que hace inviable el proceso. Otegi carece de cualquier autonomía. Es inútil proseguir el diálogo con Batasuna. Que el PSE y el PNV interrumpan sus contactos con Otegi es un gesto imprescindible para certificar que en estas condiciones nada es posible. Si el Gobierno mantiene su firmeza, el tiempo correrá en contra de ETA, que ha ordenado a Batasuna comparecer a las elecciones municipales. El único camino es mantener la obligación de cumplir la ley de partidos, condenando la violencia, para tener representación institucional. Ante la pretensión de utilizar fraudes de ley , el trabajo será de investigación de las fuerzas de seguridad para evitar la burla.

La partida estaría ganada si estuviera claro que para quien es imprescindible esta negociación es para ETA. El problema radica en saber si esta es una baza política indispensable para José Luis Rodríguez Zapatero en el universo en el que habita, donde los costes de sus iniciativas no están incorporados al balance que de su gestión hacen sus aduladores.

Tal vez por esta circunstancia, el diálogo se ha establecido entre dos concepciones contradictorias de lo que se ofrece y de lo que se puede lograr. ETA no ha asumido el contenido de la declaración con la que el Congreso de los Diputados autorizó al Gobierno a iniciar este proceso y no se resigna a disolverse a cambio, exclusivamente, de un estudio sosegado del futuro de sus delincuentes que están en la cárcel o con orden de detención. Su ensoñación sigue siendo condicionar el futuro político. Mira con nostalgia a Irlanda sin entender que Euskadi es ya una de las realidades autonómicas más poderosas del mundo y Belfast sigue siendo, después de iniciado el proceso de paz, tan solo una promesa de descentralización administrativa. Esta incomprensión de lo que está encima de la mesa es lo que empuja a Otegi a mantener a sus matones por las calles del País Vasco.

*Periodista