El partido socialista, y por extensión la izquierda española, vivió ayer una de las jornadas más negras de su historia. Tras 10 horas de enfrentamientos, broncas, lloros, gritos y casi agresiones en el comité federal, Pedro Sánchez dimitió como secretario general del PSOE tras perder una votación sobre la propuesta de celebrar un congreso extraordinario para abordar la crisis de la formación. Sánchez fue derrotado por 25 votos posiblemente porque la maniobra denunciada por los críticos de intentar una votación en urna sin garantías le restó algunos apoyos.

Pero el sector crítico estuvo durante todo el día negándose a votar la propuesta de la dirección sobre el congreso extraordinario, y reclamando una comisión gestora, lo que indica que no tenía nada segura su victoria. Los estatutos son claros cuando indican en su artículo 36 que lo procedente era la celebración de un congreso y no la elección de una gestora.

En todo caso, el comité federal dio durante todo el día un espectáculo lamentable, enfrentados los dos bandos -esos que Susana Díaz dice que no existen— en cuestiones de procedimiento. Sánchez ha cometido errores en esta crisis, pero sus oponentes tienen aún mayor responsabilidad, al forzar la dimisión de la mitad de la ejecutiva con la intención de no llegar siquiera al comité federal de ayer.

Esa medida inédita, que los partidarios de Sánchez han calificado de "golpe de Estado", desencadenó la catarsis final, que culminó anoche con la dimisión del líder socialista. Todo parece indicar que los críticos buscaban la gestora para diluir responsabilidades si finalmente el grupo parlamentario ha de abstenerse para que gobierne Mariano Rajoy, una vez que Sánchez reiteró que seguía defendiendo el no. Una negativa que fue aprobada, como defendía el secretario general, en un comité federal y que solo otro podía revocar.

Una de las primeras incógnitas es cómo van a aceptar este golpe de mano los militantes del PSOE, a los que Sánchez, en su despedida, pidió lealtad y orgullo. Pero, al margen de la política inmediata, el bochorno de ayer tendrá gravísimas consecuencias para el PSOE y para la izquierda en su conjunto.

Si la izquierda estaba ya fracturada en dos espacios de tamaño similar tras la aparición de Podemos, lo que comportaba la necesidad de pactos entre ambas fuerzas para desbancar al PP, ahora la autodestrucción del partido socialista puede significar la desaparición de la alternativa por muchos años.