La pregunta que todo el mundo se hacía ayer es dónde está el dintel a partir del cual un país de la zona euro debe ser intervenido. La pregunta es pertinente porque los límites en cuanto al precio de su deuda soberana que se creían ya fijados por la experiencia de los casos de Irlanda, Grecia y Portugal saltaron por los aires cuando Italia los sobrepasó, una economía demasiado grande para caer y probablemente para ser intervenida sin que el euro arrostrara peligros inquietantes. El Tesoro español subastó ayer bonos a 10 años a casi el 7%, mientras que el diferencial con la deuda soberana de Alemania rozó los 500 puntos. Se encendieron todas las alarmas, pero finalmente no pasó nada: incluso la Bolsa apenas perdió 40 décimas al término de su sesión. ¿Qué ocurre, entonces? ¿Cómo se explica esta situación? La única posible es que no hay normas, que las que servían para hace un mes, hoy están sobrepasadas por la realidad.

Toda Europa es un clamor para que el Banco Central Europeo (BCE) compre bonos y contrarreste la especulación, pero se resiste y cuando finalmente accede siempre lo hace en cantidades tan calculadas que parece de riego por goteo. Toda Europa reclama una actitud más decidida, incluida Francia, pero enfrente está Alemania, que se niega. Angela Merkel reiteró ayer que el recurso al banco central es como si se llamara a los bomberos, cuando el foco de los incendios solo se puede extinguir con liderazgo político y rigor presupuestario.

Sus compatriotas empresarios lo expresan con más claridad: ni eurobonos ni nada que se le parezca porque eso es colectivizar la deuda de los países del sur, y además provocaría una subida de los tipos de la deuda alemana que deterioraría su recuperación económica. Ese argumento es meridiano: hay inversores que prefieren cobrar el 1,78% de los alemanes -- es decir, prácticamente perder dinero en términos reales-- que casi el 7% de los españoles; además, el euro se puso ayer a 1,35 dólares, lo que facilita sus exportaciones fuera de la zona euro y reduce la importante factura energética. Todo eso se entiende perfectamente. Lo que cuesta más trabajo es comprender por qué el resto de los miembros de la UE --con un acuerdo en que los ajustes están provocando más problemas que soluciones y en la necesidad de una intervención decidida del BCE-- no son capaces de convencer a Berlín de que a Alemania le conviene aflojar un poco la cuerda. Por el bien que, a medio plazo, puede obtener Alemania de la recuperación de los países en dificultades.

Tiene que aflojar, porque de lo contrario, en el caso español, con un crecimiento máximo del 0,8% del PIB para este año y las repercusiones que se derivarán sobre los objetivos de déficit, las exigencias de ajustes adicionales van a ser muy difíciles de digerir, se llame como se llame el partido que gobierne el 21.