Dada la situación de crisis acuciante con la que se llega a la campaña (con récord de parados en Extremadura), será muy de agradecerque los partidos pongan empeño en la moderación y dejen a un lado la grandilocuencia y las grandes promesas que todo el mundo sabe que no cumplirán. Si durante las dos próximas semanas se circunscriben a explicar sus programas con realismo, precisión y cifras concretas, los candidatos habrán cumplido con la misión de facilitar a los electores los instrumentos necesarios para ejercer un voto esclarecido. Si, por el contrario, se enzarzan en una confusa pelea de gallos, destinada a desprestigiar al adversario, la confusión se adueñará de la campaña y contribuirá a desorientar a los ciudadanos, alimentará el escepticismo y alejará el debate político de las inquietudes de la calle.

El debate televisado que el día 7 sentará frente a frente a Alfredo Pérez Rubalcaba y Mariano Rajoy será una buena vara para medir la calidad de la campaña que nos espera. Es de desear que, también aquí, la moderación se imponga a la gesticulación vociferante.

Quienes afronten la campaña electoral de forma diferente se embarcarán en un esfuerzo sin sentido. La opinión pública sabe a estas alturas que no quedan conejos en la chistera, que la crisis económica es devastadora y lo seguirá siendo, que no caben fórmulas milagrosas para salir de ella, que el Gobierno saliente no siempre anduvo ágil de reflejos, pero la oposición casi nunca ayudó, y que solo saldremos del hoyo con esfuerzo, imaginación, paciencia y austeridad. Está en juego nada menos que la revisión del Estado del bienestar para que este sea duradero y viable.