La buena educación es un placer que se puede compartir cuando se puede. La mala educación es un dolor desagradable que también hay que compartir pero a la fuerza.

La mala educación es molesta, odiosa, vulgar y debería estar ya pasada de moda. Tanta tecnología. Tanta digitalidad. Tanto viaje para observar costumbres refinadas y diferentes. Tanto ordenador. Tantos avances y descubrimientos. Siglo veintiuno...

La buena educación llega tras el aprendizaje --no se compra ni vende en las tiendas-- el pensamiento, el razonamiento, la reflexión, la lectura, el trabajo hecho a conciencia, las leyes cumplidas, el respeto a los otros, y la voz en un tono suave, tanto para hablar como para escuchar.

Una ciudad que dice persistentemente, que repite hasta la saciedad su aspiración a Capital Cultural Europea en 2016, podría meditar respecto a su educación. Gritos, gritos en las calles, en los bares, plazas, cafeterías. Perros abandonados o perros con dueños que se hacen los distraídos con sus necesidades y les pasean sueltos, niños dando voces donde más les apetezca o arrancando las flores, las flores plantadas en los jardines públicos, palabrotas, tacos, blasfemias si alguien necesita ofender a alguien o sentirse ofendido, ruidos gratuitos, demasiados comercios en los que se atiende pasivamente al cliente, tiempo precioso que se pierde para gestiones comerciales que se resuelven mal y tarde...

Los monumentos árabes de la parte antigua en esta ciudad, hechos piedra a piedra, altos, bellos, elegantes y seguros, como si una industria poderosa los hubiese levantado hace cinco siglos, son el consuelo frente a la indolente enseñanza, instrucción y desarrollo en un día cualquiera, a cualquier hora, en un sitio cualquiera aquí y ahora.

Y mañana más.

María Francisca Ruano **

Cáceres