Nadie te dice que educar a un hijo convalida cuarto de filología trilingüe y un máster de aeronáutica, sin pasar por la casilla de salida. Nadie te advierte de que tienes que educarle para el mundo y contra el mundo, en un difícil equilibrio que se parece más al filo de un cuchillo que a una cuerda floja.

Debes enseñarle habilidades sociales, empatía, a comer sin hacer ruido y sin hablar con la boca llena, a lavarse los dientes, a cocinar y desenvolverse solo, a rellenar una matrícula, un examen, a compartir un libro, una película, un tipo de música que a veces parece que os separa, a no hacer daño y no dejar que se lo hagan, a ser respetuoso, a escuchar a los mayores, a los débiles, a hacerse la cama, prepararse una mochila, recoger los platos, no fumar, ceder el paso, la diferencia entre el rojo y el verde de los semáforos, las letras picudas, a no salirse en los dibujos ni dejar huecos blancos, ventanitas y bigoteras, que hubiera dicho mi madre, y dice ahora su maestra.

La lista de las cosas que deben enseñarse para que aprenda a convivir agota, pero agota mucho más el esfuerzo de ponerle a salvo de ese mismo mundo en el que debe saber relacionarse. No te dejes convencer, argumenta, no pasa nada si has engordado o adelgazas o llevas gafas o cojeas. No es un crimen tartamudear, ni ser más lento, ni no ser el primero de la clase. Las notas a veces no reflejan lo que uno vale ni lo son todo en la vida. El aspecto físico no debe condicionar tu opinión sobre los demás. Nadie es ilegal, ni más que otros.

Robar sigue siendo un delito aunque se trate del dinero público. Mentir, también. No es no, y lo que es válido para los hombres también lo es para las mujeres. Nadie viene de fuera a quitarte el trabajo. Todos los nacionalismos se curan leyendo y viajando, que además son actividades con otros muchos efectos secundarios, todos beneficiosos. Las fronteras son siempre arbitrarias, hasta las más íntimas. Y todo esto, esta diminuta lista, no te garantiza nada.

Educas para el mundo y contra el mundo, para convivir y para distanciarse, y a pesar de todo, siempre queda la duda. Menos mal que nadie te habla de esto, ni te lo advierte, ni te lo aconseja, no sé si por un acuerdo tácito, o porque al final culminar una tarea como esta lleva también implícitos un cierto reconocimiento, algo parecido a la felicidad del trabajo bien hecho, y sobre todo, una dosis considerable del benefactor olvido.

* Profesora