Abogada

La muerte de nuestros dos compatriotas --Julio y José-- en Irak nos ha hecho sentir protagonistas pasivos de una guerra que la inmensa mayoría de la gente detesta, odia y maldice.

Estos dos periodistas se han convertido en la maldición de este íter bélico, en testigos sacrificados de tantas y tantas muertes, que allí se están librando bajo la impunidad de gran parte de la comunidad internacional, que es incapaz de paralizar este horror.

Los medios de comunicación de este país han referenciado esta tragedia y la han condenado; se han sentido heridos y han dejado el papel, la cámara, el lápiz y la palabra, y en una especie de derrota colectiva, se han armado frente a la barbarie que supone una guerra. La tragedia que han ido contando les ha sido tan próxima que les ha dado miedo.

Resulta extraño cuando un mandatario militar distingue víctimas civiles y militares, bajo el argumento del error; esto no puede ser aceptado, entre otras razones, porque la vida tiene un valor cualitativo más allá del objetivo del gatillo. Aún más, si disparamos contra un hotel, sede de la prensa internacional, sus muertos, entre otros, serán periodistas. Esto parece claro y además evidente. Lo que más duele de todo este conflicto es la apariencia de impunidad en la que se están produciendo las muertes, muertes de muchos inocentes, que están cayendo a pesar de esa gran estrategia militar, y de los denominados medios de destrucción inteligentes.

Hoy estamos más sordos, quizá más ciegos, pero también más certeros, frente al ametrallamiento de la palabra y la imagen.