Escritor

Cada día me convenzo más de que la raíz de muchos males de nuestra sociedad está en el egoísmo. El Diccionario de la Lengua Española define egoísmo como el "inmoderado y excesivo amor a sí mismo, que hace tender desmedidamente al propio interés, sin cuidarse del de los demás". En su segunda acepción, el diccionario nos dice que también es "el acto sugerido por esta condición personal". Me parecen dos definiciones extraordinarias, profundamente teleológicas, nacidas de la pura reflexión acerca de las causas finales.

De entre los vicios humanos, el egoísmo está en la raíz de todas las radicalidades. Muchos han dicho que de ahí deriva todo mal social. Es incompatible con la justicia, con el perdón, con la magnanimidad y --por supuesto-- con el amor. De todas las imperfecciones, ésta es la más difícil de desenraizar, porque el egoísta suele camuflar su perversión con avalanchas de razonamientos y actitudes engañosas. Hay, ciertamente, un egoísmo descarado y chulesco al cual se ve venir. Pero, en el mayor de los casos, es solapado. Se disfraza con frecuencia debajo de causas nobles y de ideales resonantes.

Resulta patente que el nacionalismo es fruto del egoísmo de un sector social; puesto que el egoísmo se halla estrechamente ligado al individualismo. Y sin duda, el nacionalismo es la tendencia radical al aislamiento voluntario de un territorio en sus propios intereses. El médico y humanista Alexis Carrel, con su aguda y profunda intuición, nos brinda la siguiente definición de egoísmo: "El egoísmo aísla al individuo de todos los demás; rompe la sociedad en fragmentos; esteriliza toda tentativa de trabajo en común; desintegra a la familia, al pueblo, a la ciudad y a la nación". ¡Qué gran verdad! Lo estamos viendo. El reciente alarde de estupidez del conseller en cap catalán Joseph Lluis Carod-Rovira, al reunirse con los etarras Mikel Antza y Josu Ternera, no es otra cosa que el fruto del egoísmo nacionalista que sólo busca el propio interés, con exclusión del de los demás. Verdaderamente, este acto entraña aislamiento, ruptura, esterilidad y desintegración. Pero hay que poner sumo cuidado para que este hecho infame y egoísta no disperse las energías políticas de los partidos nacionales. Hay un peligro evidente de interpretación subjetivista del acontecimiento concreto con vistas a las inmediatas elecciones, lo cual sería otro egoísmo.

Lo que uno desea va a veces acompañado de un gran apasionamiento. Ahí los intereses personales juegan un papel decisivo, pero también, con frecuencia distorsionador. Porque la verdad radica en el conocimiento y no en la afirmación de lo que se desea. Permítaseme otra cita al respecto, ésta del filósofo Beltrand Russell: "Muchos hombres cometen el error de sustituir el conocimiento real de los hechos por la afirmación de que es verdad lo que ellos desean". El discurso político de cara a las elecciones deberá basarse en los programas de cada partido, en sus intenciones reales y en sus proyectos para gobernar la nación. Pero de ninguna manera en una polémica estéril y redundante sobre el hecho egoísta y rastrero de un político concreto en un territorio concreto.