WEw l desembarco de cuatro alcaldes en la nueva ejecutiva del Partido Socialista Madrileño (PSM), a renglón seguido de la elección de Tomás Gómez, alcalde de Parla, el más votado de España, para ocupar la secretaria general, es el dato más elocuente de un congreso no exento de tensión por la porfía de la antigua familia guerrista hasta el último momento. Y lo es porque, sin prescindir del apoyo de la dirección federal, insinúa un cambio de rumbo --más arraigo con la realidad territorial que con Ferraz-- después de los batacazos autonómico y municipal de mayo, cuando el PP renovó sin despeinarse las mayorías absolutas en la Asamblea de Madrid y en el Ayuntamiento de la capital. La reforma que debe afrontar el partido apenas cuenta con tiempo para que dé frutos --las elecciones legislativas serán en marzo del 2008--, pero debe sobreponerse a la imagen de eterno perdedor y al recuerdo del desenlace extravagante de las autonómicas del 2003, cuando dos tránsfugas privaron al partido de hacerse con el Gobierno autonómico. Desde la repetición de aquellas elecciones en un ambiente envenenado por toda clase de insinuaciones, los socialistas madrileños, dirigidos por Rafael Simancas, no han levantado cabeza y demasiado a menudo han aparecido ante sus partidarios irreconciliablemente divididos. El único camino del PSM para dejar a un lado su tendencia histórica a la pelea interna es asumir que su principal misión es agavillar a la izquierda y no lamerse las heridas después de cada derrota. Dado el primer paso, Gómez debe demostrar que, con un equipo aparentemente más compacto y sin cuotas de familia, es capaz de sacar al partido del atolladero.