Historiador

Me ha llamado siempre la atención el mimo con que los portugueses cuidan su patrimonio monumental; el cuidado que nuestros vecinos ponen en preservar su legado histórico, la trama de sus pueblos y ciudades, los elementos constructivos de sus casas, la masa vegetal de sus jardines, el empedrado minucioso de sus calles... Me ha entusiasmado, me entusiasma su sabrosa, humilde, sabia comida mediterránea, su respeto social, su trato tan cortés, el modo con que saben degustar el tiempo de la vida.

Y ahora, recién pasados los Carnavales, con sus restos de inmundicia y la sobreabundancia de detritus humanos en calles, rincones y portales, que son la culminación de lo que cada fin de semana se da, especialmente en nuestras ciudades, he sentido envidia de su pulcritud y su limpieza. ¿Por qué nosotros, tan dados a mirarlos por encima del hombro, no somos capaces de ver un poco más allá de nuestras sarcásticas narices e imitarlos en lo que es respeto por lo que entre todos compartimos? ¿Por qué no establecemos un mínimo de dignidad en el comportamiento que solemos tener en nuestras calles, en lugar de tratarlas como si fueran cubos de basura? ¿Y por qué las autoridades municipales, en especial en nuestras medianas y semigrandes --ya que grandes no hay-- ciudades, no se dan cuenta, por ejemplo, de que al final los jóvenes que se pasan horas y horas de las noches de fines de semana en la calle han de orinar en algún lado? Esa es otra de nuestros amigos de al lado : no hay aldea por pequeña que sea, y no digamos barrios de sus ciudades, que no tengan limpios, espaciosos, urinarios públicos donde cumplir con las urgencias que aquí, si no se cuelan en los bares, muchos satisfacen en los portales de las zonas de movida . Un ejemplo a imitar que apenas cuesta nada y es tan útil a agentes y pacientes .