TAtnte las agobiantes noticias que nos llegan diariamente de los acontecimientos que tienen lugar en las plazas y ciudades del viejo Egipto, no tengo más remedio que --como historiador y como observador-- tomar el cálamo y los papiros para hacer algunas reflexiones jeroglíficas, culturales y personales que nos ayuden a comprender aquellos fenómenos y sacar las enseñanzas que fueren necesarias para nosotros mismos.

Lo bueno y aprovechable que tiene la historia milenaria del pueblo egipcio es que de sus páginas se pueden extraer situaciones, procesos y ejemplos que tienen validez para otros pueblos y gentes, que ya les imitaron en la antigüedad y pueden seguir imitándoles actualmente. Incluso, de las agobiantes noticias de las que hablo arriba, se pueden sacar moralejas perfectamente válidas para otros pueblos musulmanes en proceso de "transición", según las secuencias de lo que se ha dado en llamar "Primaveras Arabes". Que, por supuesto: ni han tenido lugar en primavera ni en Arabia.

Para que nos hagamos una idea cabal de los cuadros que intentamos describir, se trata de pueblos que han sufrido largas dictaduras militares corruptas, endógamas dentro de partidos políticos únicos, que aplastaron y explotaron a esos pueblos durante décadas. Pero que en el brevísimo "Tercer Milenio" que hasta ahora hemos vivido, han querido salir de esa situación mediante protestas, rebeliones civiles --a veces violentas y a veces pacíficas-- escenificadas en las plazas centrales de las capitales políticas, y con elecciones populares que asegurasen la práctica verdadera de los valores liberales y democráticos, en los que todos estos pueblos soñaban.

X"TRANSICIONES"x sin rupturas ni demoliciones, en las que la ideología de las élites que habían dominado durante las dictaduras continuaban indemnes y dispuestas a hacerse cargo también de los gobiernos surgidos de tales "Transiciones". El factor democrático iba a consistir solamente --cada cuatro años-- en la convocatoria de elecciones supuestamente libres, en campañas electorales limitadas, muy influidas y manipuladas por la propaganda y la publicidad mediática; en las que gentes poco informadas, que se creían las promesas y juramentos de los candidatos, acababan por entregar sus sufragios a los que más chillaban, a los que más prometían y a los que contaban con "aparatos" propagandísticos más elaborados.

En definitiva, en Egipto, como en otros muchos países de semejante configuración, ganó las elecciones --ya lo saben los lectores, porque es público y notorio-- Mohamed Murshi , con una mayoría muy holgada del partido islámico de Los Hermanos Musulmanes, y una oposición deslavazada que aglutinaba formaciones occidentalistas liberales y grupos de izquierda socialista escasamente cohesionados.

¡No importa! Se ha llevado a cabo el paripé democrático de las elecciones y se ha ganado por mayoría absoluta. Desde este momento, con el poder en la mano y en el Congreso, se puede hacer de todo. Por supuesto, no cumplir ninguna de las promesas hechas en campaña electoral; volver del revés el "programa" que se predicó por plazas y mercados durante la campaña y hacer todo lo contrario de lo que se dijo: subir los impuestos directos e indirectos; recortar todos los subsidios y ayudas a los sectores sociales más necesitados; reformar los derechos laborales de todos los trabajadores para disminuir sus retribuciones, sueldos y salarios. Aunque, por descontado, sin tocar las altas retribuciones de los altos ejecutivos, de los miembros del Gobierno ni de sus asesores. Incluso, parece que la intención del nuevo gobierno, con su mayoría absoluta en el recién elegido Congreso Nacional, era reformar las leyes, imponer los dogmas coránicos en todos los aspectos de la vida civil y hasta cambiar las bases de la justicia con nuevos Imanes y jueces que fueran fieles a la ideología religiosa dominante.

Amigos lectores: ¿Os suena el ejemplo? ¡Quizá ni haya que ir a Egipto para disfrutar de las pirámides!