XDxan lo mejor de sí cuando muertos. Podríamos citar nombres, pero son tantos y tan conocidos que no hay para qué. De la que permanecemos ignorantes, sin embargo, es de esa vida apurada y a trompicones del pobre escritor sin firma. Y merece la pena, aunque sólo sea por regocijarse con las muchas que él pasa.

El de escritor, por otra parte, es oficio en el que siempre está uno estancado en la categoría de principiante; y, a no ser que te den el Cervantes o el Nobel, dudo mucho que los del gremio te dirijan la palabra para otra cosa que para mandarte a por tabaco. Nada tiene que ver la edad en el asunto. Puedes ser un benjamín como Juan Manuel de Prada o la Espido Freire y estar sin embargo en todos los caldos literarios del país; por el contrario, puedes lucir más canas que el poeta Zambrano o que la barba de Pablo Guerrero y estar a las que caigan. El respeto no lo trae la edad, sino la firma. Uno ha triunfado en la vida cuando ha conseguido una firma rutilante, descarada, forjada a golpe de paciencia y escribir mucho y gratis en todos los medios que se te pongan a tiro. Porque el escritor sin firma es un reo de su vanidad y de su vocación. Lo menos que podemos decir de él es que es un tipo que trabaja como un negro de los de antes y al que engañan como a un chino mandarino. Ningún peón de albañil, ni el más novato de los camareros haría las horas que él hace y por los precios que él trabaja. Pero, amigo Sancho, con la vanidad y con la fantasía hemos topado.

También hay que admitir que se lee poco, y que sólo se lee al escritor que suena. La firma se convierte así en un cencerro cuyo dolondón trae reminiscencias de eternidad y de derechos de autor. Mientras tanto, qué editora sería tan estúpida como para arriesgar su dinero en un libro escrito por un don nadie. Ahí está la madre del cordero. Por eso es tan usual el espectáculo de señores serios, ilustrados y talluditos dándose de tortazos por alcanzar algo tan abstracto y esquivo como es una firma. Por lograrla ha habido casos de quienes incurren en la genialidad de prescindir de su persona para salir a la calle convertidos en personajes. Tarea nada fácil y que requiere de un don especial para el transformismo, tener mucha personalidad, y poquísimo pudor. Es el caso de Cela, de Umbral, de Gala. Los maestros. Los otros están condenados a ir a remolque, mendigando un hueco en un periódico, en una revistilla que les quiera acoger sus escritos. Porque el escritor sin firma trabaja mucho, pero gratis; y no es infrecuente que tenga que sacar perras de su propio bolsillo para sufragar la broma. El dinero, como no podía ser de otro modo, se lo llevan los escritores con firma. No obstante, el escritor sin firma no se queja jamás, es un asceta, un tipo con el alma desajustada; le falta para ser edificio solemne la piedra clave; pero sin ella se queda en pobre chalet adosado, en triste pisito vecinal, sin trastero.

Estas circunstancias son las que le pueden llevar a usted a pensar que los escritores sin firma son unos pelmazos y unos bocazas. Y no es verdad. Bueno, a lo mejor es sólo una verdad a medias. Sacrifican su tiempo, sus amistades, su crédito a cambio de la fantasía de ver algún día su nombre y su foto en las estanterías de una librería de postín. Cuando piensan en esto, los ojos se les quedan del color de los incendios forestales. En realidad, tienen de todo, menos talento. Pero eso no nos lo diga usted nunca a la cara. Abarrotaría las salas de los psiquiatras con cientos, con miles de vanidosos deprimidos.

*Escritor