Tiene razón la ministra de Defensa en señalar la diferencia entre los Ejércitos de España y Francia, porque nosotros no tenemos desplegados 3.000 hombres en la zona donde los piratas actúan, y no tiene razón o no dice toda la verdad cuando alega que el reglamento impide que soldados españoles se destinen a barcos civiles, porque las leyes se cambian en las Cortes. Y así se transforman las normas de Educación, la ley del aborto, el reglamento presupuestario que se nos va a venir encima, etcétera.

Según el artículo octavo de la Constitución, el Ejército tiene como misión salvaguardar la soberanía española, y tan español es el término municipal de Calatayud como un barco de bandera española, con tripulantes españoles, fletado por una empresa española, en aguas internacionales.

Recomendar que los pescadores se provean de agentes de seguridad es algo así como si al alcalde de Ceuta la ministra de Defensa le recomendara el aumento de la plantilla de policías municipales, ante la inhibición del Ejército en caso de asedio por parte de Marruecos.

No es extraño que ningún andaluz residente en Gibraltar, con pasaporte del Reino Unido, aunque se apellide Vargas Heredia y parezca un personaje de los Quintero, haya querido nacionalizarse español. Y es que aparece un minúsculo yate con la bandera inglesa y los piratas procuran alejarse, porque saben cómo las gastan los hijos de la Gran Bretaña. Pero ven la bandera española y se les ponen las pupilas como euros, porque saben que el maletín con dinero está ya en el talego. Y nada que censurar al gobierno en la salvaguarda de la vida de los secuestrados, ni al Ejército que cumple órdenes del poder civil. Pero el Ejército no está sólo para desfilar.