La nueva doctrina de defensa expuesta por el presidente Nicolas Sarkozy supone un cambio sustancial en cuanto a los efectivos y la orientación de la primera potencia militar de la Europa occidental, así como una revisión político-estratégica que entraña la ruptura con la última herencia del gaullismo y quizá con el neocolonialismo en Africa. Un viraje tan espectacular implica limitaciones. Francia retorna a la estructura militar de la OTAN, de la que el general De Gaulle la retiró en 1966, pero la fuerza nuclear seguirá bajo control nacional y los soldados franceses no se someterán a un mando extranjero. Los cambios tecnológicos, los nuevos desafíos (terrorismo, proliferación nuclear) y la carga presupuestaria explican la propuesta de un Ejército más reducido (54.000 puestos de trabajo menos), más móvil y mejor equipado, sacrificando la burocracia castrense en beneficio de las unidades de combate.

Para vender políticamente una revisión que para muchos será desgarradora, Sarkozy recurre a los planes en gestación para una defensa europea común, "bajo una estructura permanente de cooperación", capaz de desplegar 60.000 soldados y de actuar en misiones de la UE al margen de la OTAN y de EEUU. Esta escapatoria tan europeísta como nacionalista tropieza con inconvenientes: la resistencia británica ante cualquier integración militar, el pacifismo alemán y, por supuesto, el desdén cuando no la oposición de Washington. El rechazo irlandés del Tratado de Lisboa añade un nuevo obstáculo a la pretensión de Sarkozy de impulsar el Ejército europeo durante la presidencia francesa de la UE, que comienza en julio.