Tristes horas las que vivimos. Cataluña entrañable. Ayer, hojeando libros, apareció ante mí, esta vieja minuta de menú. Y me dio qué pensar. Una vez más, la buena mesa y el enredo político cruzaron sus caminos. Fue allá por 1905, en Badajoz se fundaba el equipo de fútbol local y, en Barcelona, se celebraba el «Banquet de la Victoria», que así, tal cual, en catalán, titula la minuta del evento.

Memoria y vuelta a empezar. Se celebraron el 12 de noviembre elecciones municipales. En Barcelona, por vez primera, conservadores y liberales, ambos monárquicos, fueron derrotados por la conjunción de republicanos y catalanistas. Y, aunque los catalanistas estaban en minoría, la recién fundada Lliga Regionalista consideraba tales resultados como un triunfo memorable, lo que motivó su celebración a mesa y mantel. El «Banquet de la Victoria» se celebró el 18 de noviembre en el Frontó Comtal. «Sopar multitudinari», que, según puede leerse en la minuta, fue «servit per M. Regás de la ‘Casa Culleretas’». ‘Casa Culleretas’ que, por cierto, sigue abierta hoy, y desde 1796, en el barrio gótico barcelonés bajo el nombre de «Can Culleretes» (simpático «aggiornamento»). Aquello fue el acabose. «Consumé. Pastellets de carn. Pernil dols. Galantina de capó trufada. Dolsos. Vins: Alella y Xampany. Café.» Así, al oído, dulce y completo menú. Según cuenta Néstor Luján en su obra «El Arte de Comer», al banquete asistieron 2.700 comensales, más de 180 camareros lo sirvieron, y el precio del cubierto era de cinco pesetas. Cena festiva que, lamentablemente, acabó a palos con los propios republicanos. Digo esto último por si alguno considera conveniente extraer conclusiones políticas para el momento presente. Al parecer, a la salida, algunos de los asistentes cantaron «Els Segadors», y como el número de los melómanos nunca ha sido grande en España, principió una tremenda reyerta entre republicanos y catalanistas que terminó con varios descalabrados. Palo arriba, palo abajo, el «xampany» corrió desbocado.

Pero el «Banquet de la Victoria» tendría un trascendente epílogo para la historia de España. En el semanario cercano a la Lliga, «Cu-cut!», el 23 de noviembre se publicó una viñeta tan mordaz como hiriente para el Ejército. En la tal viñeta, un militar vestido de húsar, pregunta qué hace tanta gente en el Frontó Comtal. El interpelado, un hombre gordo, con cierto aire de plutócrata españolista, le contesta que se trata del banquete de la victoria, a lo que el militar responde «¿De la Victoria? ¡Ah!, vaya, entonces serán paisanos». Paisanos no de nacimiento, sino paisanos en su acepción más corriente en aquella época, es decir, no militares. Como comprenderán, la viñeta hacía burla del ejército español y de su papel en el desastre de Cuba, acaecido pocos años antes. Recuerden, sépanlo quienes no lo supieran, que quienes más se opusieron a la independencia de Cuba fueron los catalanes, así, en general y, dicho sea en particular, para no faltar a la verdad, la burguesía catalana, defensora del proteccionismo, clave de su desarrollo industrial; pretendían con ello mantener sus privilegios en la venta de tejidos a Cuba, aunque así se perjudicara las exportación de la caña cubana.

A los catalanistas la viñeta de Junceda, su autor, a buen seguro les hizo gracia. A los militares no. Dos días después, el 25, un grupo de oficiales asaltó, sable en mano, de la redacción del «Cu-cut!». La tibia respuesta del gobierno a la hora de castigar a los asaltantes y la promulgación, a continuación, de la Ley de Jurisdicciones, que entregaba a los tribunales militares la competencia para juzgar los delitos «contra la Patria y el Ejército», acabó radicalizando al incipiente catalanismo. De ahí nació Solidaritat Catalana, catalizador del sentimiento nacionalista posterior. Acción, reacción.

En fin, hoy como ayer, historietas de ida y vuelta. Visto lo visto, no puedo terminar de otra manera: «Visca Espanya!» ¡Viva Cataluña (y el «xampany» de «Can Culleretes»)! ¡Viva el Ejército!