Hay un cenobio perdido y en ruinas en medio de unos valles adehesados, casi en el centro geográfico de Extremadura y lejos de cualquier camino transitado ahora o en la antigüedad. La comunidad de monjes que allí se retiraron hicieron construir un templo, una basílica por más que sus dimensiones sean muy humildes para ese nombre, que popularmente se asocia con edificios mucho más suntuarios pero que, desde el punto de vista canónico es el que le corresponde. Se llama la Basílica de Santa María del Trampal y está en el término de Alcuéscar. Todo lo que voy a contar ahora podría ser explicado mucho mejor por los expertos, como el señor Dols , a quién debo mucha parte de este artículo. Pero las reflexiones que me suscitó una jornada mágica que vivimos allí hace unos días, son las que quiero compartir.

Aquel territorio, en los tiempos en que se construyó la Basílica, pertenecía al Obispado de Mérida que, como se verá, tenía una importancia enorme en la época, Alta Edad Media, de la que hablamos. Un coro, la Capilla Gregoriana de Mérida, al que tengo el privilegio de pertenecer, estuvo grabando en ese templo una Misa de Santa Eulalia, del rito mozárabe, que era la forma en la que se representó, muchas veces en la clandestinidad, durante la época de dominación musulmana de estos territorios. Esa misma misa, con ligeros cambios obligados por la liturgia actual, fue oficiada al día siguiente por el Obispo de Coria-Cáceres, en dicha Basílica. Previamente se ofrecieron diversas conferencias para situar esos parajes en su entorno histórico y ahí nos extenderemos más. El templo, realizado por un maestro desconocido pero con unos conocimientos arquitectónicos de primer nivel, en condiciones de escasez de materiales muy notable, dada la lejanía del recinto de cualquier zona urbana y las propias condiciones de la época, presenta unas características constructivas, particularmente en sus tres ábsides, que lo hacen único en la arquitectura religiosa mundial.

Tres ábsides, no un ábside triple como sí se da en multitud de templos. Tres ábsides, innecesarios desde el punto de vista arquitectónico y que, dada la maestría demostrada del constructor, no pueden atribuirse ni a error ni a casualidad. La explicación del experto fue que esa ´anomalía´ (deliciosa de admirar, por otra parte) tendría que tener una explicación simbólica: los tres ábsides representarían cada uno a las figuras de la Trinidad, Padre, Hijo y Espiritu Santo, que venían siendo negadas por los arrianos, quienes negaban el carácter divino de Jesús , con lo que solamente la figura de Dios Padre sería la relevante, como ocurre en el judaísmo o en el propio islam. De modo que esos tres ábsides podrían ser una ´imposición´ doctrinal del Abad (o del propio Obispo, como se verá...) aunque esa forma de construir el templo fuera innecesaria. El auge del arrianismo y el debate teológico consiguiente se produce durante varios siglos y en la provincia de Spania, que Recaredo hereda, en el año 589 convoca el Concilio de Toledo, en el que abjura del arrianismo y se convierte al catolicismo. A ese concilio asisten 72 obispos, muchos de los cuales son obligados a abjurar allí mismo, y el obispo Masona , de Mérida, había tenido un papel central en las disputas que llevaron a ese desenlace. Se dice que fue el segundo firmante tras Recaredo, pero alguna fecha no está clara. El obispo Masona fue nombrado obispo arriano de Mérida en el 573 y se convirtió al catolicismo en 579, en plenas luchas entre Leovigildo y Hermenegildo . Cuando en 582 entra el rey Leovigildo en Mérida, quiso que Masona volviese al arrianismo. Masona se negó y fue destituido, y luego nombrado obispo de Sunna (hoy no se sabe dónde estaba ese lugar, y bien pudiera ser ese cenobio...). Fue llamado a la corte de Toledo e instado a volver al arrianismo y entregar la túnica de Santa Eulalia , a lo que se negó. Condenado a destierro, no pudo volver a Mérida hasta el 585, muriendo algunos años después. Es más que plausible que esa pequeña Basílica del Trampal fuese, por tanto, un monumento a la implantación del catolicismo en Spania y constituyera, de hecho, la piedra matriz de lo que hoy se conoce como España, 900 años antes de la otra ´reunificación´ que los Reyes Católicos hicieran. Y que Mérida no solamente fuera lo que todo el mundo sabe hoy, la capital de una Lusitania romana siempre levantisca, sino también el germen de una identidad católica que sin duda constituye una parte esencial del ´alma hispana´ y que puede rastrearse no solamente en sus ritos, como la propia Misa Mozárabe de Santa Eulalia, sino también en sus muchos templos y fortalezas a lo largo del amplio territorio que se dominaba desde la Augusta Emérita y, por supuesto y muy particularmente, en esa pequeña belleza llamada Santa María del Trampal, cuyas piedras guardan muchos otros mensajes que el tiempo se irá encargando de descubrir.