Las estadísticas no hacen honor al calibre de la tragedia pero llaman la atención sobre la brutalidad de muchos hombres a la hora de tratar de someter a las mujeres que consideran suyas. La especial sensibilidad de la opinión pública hacia los casos de violencia de género suscita la duda de si las medidas y la ley que están en vigor para hacer frente a esta lacra son eficaces. Evidentemente no, a la vista de los resultados, y pretender otra cosa sería un insulto a cada una de las víctimas. La simple concatenación de sucesos convoca necesariamente a la insatisfacción de los resultados de la ley que trata de combatirlos.

Cada tragedia debe ser estudiada como factor de prevención que evite la siguiente. Pero no es suficiente. Lo único que explica este fenómeno sociológico es la desesperación de muchos hombres al comprobar que los últimos bastiones de la dominación machista están cayendo sepultados por la realidad social que empuja a las mujeres a ejercer su libertad y su dignidad. Entonces ocurre que el recurso a la violencia extrema es el último reducto de unos hombres que no se resignan al final de una larga época en la que la humanidad se ha construido sobre la posesión de la mujer por parte de los hombres.

Prevenir es difícil porque muchos violentos no lo son hasta el primer día que ejercen su última arma para impedir la emancipación de la mujer que tratan de controlar. Hace falta extender la idea de que todas las precauciones son pocas para analizar los comportamientos del hombre que puede llegar a utilizar la violencia.

Pero el factor crítico es la educación y la publicidad que lleve rápidamente al descrédito radical del maltratador en donde la cobardía inherente al abuso de fuerza movilice a los hombres para acabar con la violencia de género. Esta es una batalla en la que ningún hombre puede permanecer ajeno porque tenemos la responsabilidad histórica y colectiva de haber contraído una sociedad basada en la dominación de las mujeres.

*Periodista