Vaya por delante que la tercera acepción del Diccionario de la Real Academia de la Lengua de "indeseable" es "indigno de ser deseado". Por lo tanto a la hora de adjudicar a José Luis Rodríguez Zapatero y a Mariano Rajoy el adjetivo de "indeseables", no va referido en absoluto a su falta de dignidad sino al rechazo que provocan en quienes les valoran. Es por tanto un dato objetivo y no una apreciación ética o moral.

Y ocurre que los dos principales políticos españoles, quienes están al frente de los dos grandes partidos, repiten una y otra vez esa consideración que les aplican la inmensa mayoría de los ciudadanos que no desean ni a Rajoy al frente del partido conservador ni a José Luis Rodríguez Zapatero al frente del PSOE.

Aplicando el surrealismo al análisis político --en la mejor tradición de Apollinaire, Buñuel o Dalí -- estaríamos ante un tigre volador y un murciélago con rostro humano. Las opciones que se nos van a dar a los españoles es una vez más en elegir entre lo malo y lo peor, por lo que el razonamiento generalizado de la elección del voto es más una proposición negativa que el entusiasmo por un proyecto. Los votantes del PP terminarán votando para impedir que siga el PSOE en el poder y los votantes socialistas que finalmente acepten ir a votar a su partido natural lo harán para impedir a toda costa que salga vencedor Mariano Rajoy.

Vistas así las cosas, la pregunta inteligente imposible de esquivar es cómo estas organizaciones políticas no hacen caso del sentir de los españoles si lo que desean es cautivar sus voluntades. La respuesta es mucho más sencilla de lo que parece. Los líderes políticos tienen secuestrada la democracia en una situación de monopolio o duopolio en donde a los españoles no se les deja elegir más que lo que restringidamente se les ofrece. El riesgo es enorme porque esta política de aduanas fronterizas con restricción de ofertas es imposible en un mundo globalizado en el que todo es susceptible de ser conocido. Y este estatus quo de apropiación de la democracia no puede durar mucho más tiempo: la salida es el populismo o la insurrección. Y creo que falta poco más de un cuarto de hora para que los ciudadanos asalten de nuevo La Bastilla. En sentido figurado, claro; sin guillotinas de metal.