Pocas veces unas elecciones en otro país deberían interesarnos tanto como las que Alemania celebrará en un mes. La controversia sobre la visita de Merkel al campo de Dachau, seguida de un mitin electoral en la población bávara, o las insinuaciones de su ministro de Economía sobre un tercer rescate a Grecia no deben tapar lo que se juegan Alemania y Europa en estas elecciones. La fórmula de la austeridad impuesta por Berlín ha dejado a los países con dificultades, entre ellos España, mucho peor. Es cierto que en los últimos tiempos la coyuntura general ha dado muestras de una incipiente mejora, pero el precio a pagar ha sido tan ruinoso que sigue siendo imperativa la búsqueda de otras fórmulas. También en Alemania, porque parece haber renunciado a los fundamentos del modelo por el que se rigió en la segunda mitad del siglo XX.

Hay una reducción de la demanda interna, el envejecimiento aumenta, la educación ha perdido robustez y las carreteras y otras infraestructuras no están mantenidas como debería. Los sondeos apuntan a una victoria de Merkel ante un rival cuyo principal cometido es lograr que los electores le reconozcan. Europa necesita una Alemania reforzada, pero una Alemania que sea europea. No a la inversa.