En medio de la apatía y casi de la desidia, ha transcurrido una anodina y a veces semiclandestina campaña electoral al rectorado de la Uex. Una elección tan importante apenas ha suscitado el interés de los medios de comunicación --que se han limitado a la presentación convencional de candidatos y equipos, cuando existían--, pero aún menos de los propios universitarios que, bien por estar cómodos con la situación, bien por desgana o desaliento, se han desentendido del proceso electoral.

Todo ello tendrá traducción en unos días con declaraciones grandilocuentes, victorias arrolladoras o, en cualquier caso, la defensa de esa normalidad y sosiego que se pregonan con insistencia y que se recuperarán al día siguiente de los comicios de no mediar alguna sorpresa poco probable pues, en ese caso, de nuevo se encenderán las alarmas y la Uex estará otra vez a los pies de los caballos autonómicos para rendirse o perecer.

Pero por mucho que se quieran eludir o encubrir los asuntos esenciales, lo cierto es que la Universidad se enfrenta a problemas serios y a retos importantes, que no se quieren o no se pueden afrontar, tal vez por el peso de un pasado que tanto se desprecia o se alaba, según el caso, y que demuestra cómo decisiones que se toman en un momento pueden lastrar una institución por mucho tiempo. De ahí el interés por conceder a estos procesos electorales la importancia que debieran tener.

XANALIZANDOx los programas de los dos candidatos se percibe con bastante exactitud la deriva actual de la Uex. Mientras el actual rector prosigue con su discurso de rabiosa modernidad, aunque apoyado en los que se quedaron en la guerra de las Galias, y con el retintín totalitario que desprecia con soberbia a los que se atreven legítimamente a discrepar --desconociendo la ley social de que uno siempre se divide en dos--; el aspirante se lanza sin red, y por lo que parece sin equipo, aunque diga conocer, como universitario experimentado, los males que asolan la Universidad.

Si el candidato oficial se entrega a la caverna mientras anuncia escuelas de negocios, el otro, acuciado por un imperativo biológico, se precipita de forma un tanto absurda y egoísta, mucho más cuando él también contempla con desasosiego cómo los valores y la autonomía universitaria se van por el sumidero.

A partir del día 3 de mayo comienza la hora de la verdad. Ya no será posible echar la culpa a esa porción del pasado que tan rentable ha sido como fuente de todos los males y se necesitará el concurso de todos para sacar del armario las reformas que se avecinan y que se han dejado pudrir en los últimos años. Por eso es tan necesaria la participación, porque lo que remataría todo este proceso sería una alta abstención --y no ya sólo la tradicional y escandalosa de los alumnos, sino la de otros colectivos-- que expresaría el despego que los universitarios sienten por su Universidad, en otro tiempo anhelado instrumento de modernización en Extremadura.

Para finalizar me atrevo a imaginar el futuro cercano: en caso de victoria, poco probable, del aspirante enseguida tendrá algunos amigos más, pero también más enemigos acérrimos; en caso de victoria del actual rector anticipo dos escenarios: si, dentro de cuatro años, es despreciado por los mismos que ahora le apoyan querrá decir que, al menos, ha conservado un rastro de dignidad pero si, una vez amortizado como candidato, siguiera de acuerdo con los galos --que para entonces estarán ya suficientemente latinizados--, la Uex cumpliría con el dicho marxista (de Groucho que es el Marx bueno): surgiendo de la nada, habría alcanzado las más altas cotas de la miseria.

*Catedrático de Historia

Contemporánea de la Uex