L os jóvenes nacidos en este siglo quizá no sepan que hace cuarenta años la mayoría de los relojes no necesitaban ningún tipo de pila ni batería para funcionar. Tan sólo había que girar a diario la coronilla para que su mecanismo no se parase. Incluso hubo algunos que funcionaban con el movimiento de la muñeca. Cuando un reloj se averiaba, un trabajador de entonces, llamado relojero, lo arreglaba, y su dueño seguía utilizándolo.

Muchos jóvenes no saben que hace cuarenta años pocos hogares tenían aire acondicionado o calefacción eléctrica. Que en Navidad no se encendían en las calles tantas luces y durante tanto tiempo como hoy. Que existía una máquina de escribir que no necesitaba estar conectada a la red eléctrica. O que muchos juguetes llevaban un mecanismo que funcionaba dándole cuerda manualmente. Los jóvenes de este siglo apenas conocen aparatos que funcionen sin electricidad.

En cuarenta años la demanda de electricidad ha crecido exageradamente. La tecnología nos obliga a depender en exceso de la energía eléctrica, hasta el extremo de que si nos faltara, el mundo sufriría daños catastróficos. ¿Qué ocurriría si todas las ciudades se quedarán sin alimentación eléctrica una noche, sólo una noche? O algo más banal: ¿qué ocurriría si todos los teléfonos móviles dejarán de funcionar durante un tiempo por falta de carga? Nos hemos convertido en unos electroadictos. ¿Qué hacer para producirla?

Cualquier sistema de producción eléctrica es controvertido, sobre todo el nuclear, por su peligrosidad. Las centrales hidráulicas necesitan un caudal de agua que cada vez es más escaso. Los molinos eólicos son muy aparatosos y distorsionan la belleza de cualquier entorno. Los paneles solares ocupan demasiado espacio. Las centrales térmicas de carbón son muy contaminantes.

Deberíamos plantearnos buscar la manera de regresar al mundo que teníamos hace cuarenta años, para no depender tanto de la electricidad. Aunque quizá ya sea tarde para dar marcha atrás.

* Pintor