Pongamos un ejemplo. Pongamos que hablamos de Cáceres, patrón que nos cae muy a mano. Un buen día, se encamina usted desde Antonio Hurtado hacia la Cruz para hacer el codo y girar a Cánovas, o llega al mismo sitio y con el mismo destino desde Gil Cordero. Calles comerciales. Va con el vago objeto de esa cosa tan nuestra que es hacer un recado. La de ocasiones en las que habré oído tal expresión. Y va recordando que el anterior fin de semana, el vecino, el cuñado o ese amigo al que frecuenta de vez en cuando le mostró ufano su nueva televisión. Que la verdad era bastardamente grande e insultantemente delgada, lo que --hay que reconocerlo-- generó una de esas envidias sanas tan poco saludables en el fondo. En esas está ocupada la mente, tasando el coste de tamaña adquisición cuando se da de bruces con un escaparate en el que, como si de frotar lámparas de Aladino fuera la vida, aparece la misma televisión a un precio sensiblemente inferior al imaginado. Claro, para adentro.

Resulta que la tienda está en liquidación. De una breve charla con el dueño se sacan las conclusiones: cada vez menos ventas, la campaña de Navidad muy dura (y gracias a que ha habido extra), los costes básicos no bajan, acribillado a impuestos, se hace difícil mantener el negocio, etc. Así que el buen hombre ha decidido cerrar, que le es más caro (económica y mentalmente) tener día tras día que abrir y pasar horas sin la visita de un solo cliente. Aunque quien venga entre a curiosear. Ni por esas. Y por ello, ha puesto precios popularísimos al stock que le queda en tienda, a ver si les da una salida. Ahora, usted, el comprador, se detiene y piensa que, hombre, que yo adquiera la tele le vendrá bien al vendedor. Saca algo. Argumento que además parece un soporte moral a su situación y otorga un empaque casi solidario a la compra. Pese a que sabe que se está llevando algo al 30% de su precio en mercado (que ya había chequeado un catálogo de no sé cual gran superficie, por supuesto).

XTARJETAx de la cartera a la mano en giro felino y hace la compra. Porque, para qué engañarnos, mucha pena por el de la tienda y tal, pero es que es toda una ganga. Nadie la dejaría pasar. ¿Lo haría usted? ¿Si pudiera adquirir algo que desea y/o necesita y sabe que tiene un valor y lo obtiene con un 70% de descuento? ¿Se preocuparía de la posición del que lo vende o aprovecha la oportunidad? ¿No, verdad? O no del todo. En realidad, no significa que se beneficie de él. Al fin y al cabo, pagar, paga. Y su precio, oiga. Son las leyes de la oferta y la demanda. Hay que ser oportunos, sitio correcto en el momento correcto.

Bueno, pues cuando esto lo hace un fondo de inversión no paramos de ponerles adjetivos especialmente calificativos: fondo buitre, o hell fund (literalmente, fondo del infierno). Pero hacen lo mismo. Lo mismo. Exactamente. Por eso tampoco entiendo el odio furibundo hacia los mercados, inversores y otros "carroñeros". Que la situación actual tenga un origen financiero no implica que toda la culpa sea de los malditos especuladores. No entiendo que pasemos con ligereza de llamar inversor a calificar de especulador, generalizando. Y más en un país en el que, hace tan sólo unos años, se extendió una fiebre inversora y quien más quien menos se hizo con sus acciones y ganó su dinerillo en bolsa. Hay una sentencia muy clara en el mundo financiero que es concluyente: para que unos ganen, otros tienen que perder. Y en España estuvimos ganando largo tiempo...

Hay que atraer inversión, capital y recursos extranjeros. Y, claro, para ello hay que asumir que quien pone el dinero "manda". Sabe que es un momento oportuno y compra, adquiere. A menor precio, claro. Esto, sea con la perspectiva con la que se analice, es positivo. Créanme. O no, por supuesto. A su gusto. Pero parte de la salida de esto está en generar atracción de inversores a largo plazo. Oportunidad.

¿Todo está en venta, entonces? No. Por supuesto que no. Se deslizan de ser oportunos a ser ladinamente oportunistas los que ven en esa necesidad del país un hueco para realizar otro tipo de negocios. Este proceso no implica que vendamos nuestra alma al diablo. Y el oportunismo saldrá en forma de privatizaciones no explicadas y en recortes de servicios sociales allí --educación, sanidad-- donde no debiera haberlos. Pero a veces resulta difícil distinguir al oportuno del oportunista. Estén atentos, se camuflan y visten con los colores de cualquiera.