Por obra y gracia del Gobierno francés de Sarkozy, los gitanos rumanos están siendo repatriados vulnerando los principios más elementales del orden jurídico y de las garantías procesales. La presunción de inocencia se transforma, en una interpretación propia del mismísimo Mengele, en una declaración de culpabilidad de origen étnico. El peligro gitano se fundamenta en la indiscriminada asociación de esta raza con la delincuencia, la suciedad y la maldad intrínseca grabada a fuego en el cariotipo de sus genes. Demonizar a todo un pueblo por los actos de unos individuos concretos nos retrotrae directamente a las fauces del fascismo en estado puro. Con la sospecha en la piel, la leyenda negra que persigue a los gitanos se extiende entre una población que transmite a sus hijos el miedo a la diferencia que, en realidad, no deja de ser únicamente la penalización y criminalización de la miseria. Y en vez de combatirla procurando educación y facilitando la integración social de estas personas, se les aplica la solución final . Un poco más refinada que la ejercida durante el nazismo puesto que los hornos crematorios no serían políticamente correctos en la Europa democrática en la que presumimos vivir. Pero igual de efectiva en la práctica porque su expulsión supone hundirlos en un inframundo peor que el sufrido por el acoso policial y judicial al que han sido sometidos por las prefecturas francesas. Un triste legado que nos aleja de un mundo más solidario en el futuro. La auténtica emergencia es transmitir a nuestros hijos otra herencia que hable de hermandad entre los pueblos y culturas. Una urgencia en alejarnos de esa Europa negra y exclusiva en la que nos quieren sumir togados y políticos que emanan olor a azufre desde la ponzoña que anida en sus resecos corazones. ¡Oh ciudad de los gitanos! ¿Quién te vio y no te recuerda? Que te busquen en mi frente. Juego de luna y arena.

Ana Cuevas Pascual **

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