Lo del rey emérito molesta por la dejadez institucional. Tanto el Gobierno como la Casa del Rey han descargado en la opinión pública la tarea de cómo llamarlo, si destierro, exilio o fuga, a elegir. Y no es que importe, la verdad. De hecho, puede ser hasta entretenido el debate sobre si el emérito ha sido desterrado, si ha escogido el destino de su padre o si –campechano-- ha dicho «ahí os quedáis». Pero habrá que saber por qué, habrá que saber por qué ha decidido «trasladarse fuera de España», según la carta de despedida: «Te comunico mi decisión de trasladarme, en estos momentos, fuera de España». El verbo ‘trasladarse’ es un verbo extraño, como el extrañamiento que dicen que siente. Pero, siquiera sea por los libros de texto, habrá que saber por qué. Y a qué se refiere con «estos momentos», que no es probable que sean, a estas alturas, los malos momentos de las investigaciones sobre sus negocios opacos –qué adjetivo--, sus cuentas en paraísos fiscales –los verdaderos paraísos, los únicos-- y las comisiones ilícitas, hasta el punto de que ahora resulte aconsejable alejarse un tiempo. Y tampoco que se deban al hostigamiento político de Podemos, como si importara.

Sea como fuere, la Casa del Rey ha cerrado el asunto mediante el comunicado donde el emérito anuncia lo que anuncia y donde el rey le transmite «su sentido agradecimiento» por hacerlo. Se sigue la tradición: Felipe VI no ha hecho con su padre nada distinto de lo que su padre hizo con el suyo, Juan de Borbón, ni nada que no hicieran Fernando VII con su padre y Alfonso XII con su madre, todos Borbón, Borbones. Pero es la actitud del Gobierno la que extraña. Como si se resignara a la inviolabilidad del emérito, no ha dicho una palabra sobre su deuda con Hacienda, al margen de que hoy sea materialmente imposible que devuelva todo el dinero recibido y no declarado, que debe de ser mucho y, si hasta su hijo le retiró la asignación por emérito y renunció a su herencia, debe ser verdad. Discúlpesele la campechanía, que es gratis, y hasta el encoñamiento, que lo fue con «una señora tal», pero nada más.

Por lo demás, que viva fuera de España, que el Gobierno no sepa dónde y que la Casa del Rey diga que está en un viaje privado del que no tiene por qué dar explicaciones, qué importancia tiene. Mejor dicho, ¿acaso importa? ¿Acaso se sabía antes dónde estaba, qué hacía? El emérito solo existía en Nochebuena y cuando debía ingresar en el hospital. H