TSti en los años sesenta del pasado siglo éramos el país que más emigrantes exportaba a Europa, ahora somos nada menos que el país europeo que más inmigrantes recibe. Junto a nosotros, Portugal ha pasado también de encabezar la lista de emisores para ser otro gran receptor de mano de obra. Lo vemos en las calles, en los centros de trabajo, en los centros educativos: cada vez detectamos más rasgos étnicos diversos, más seres humanos procedentes de los puntos más dispares que aquí se buscan el porvenir que no hallan en su lugar de origen.

Como nosotros tenemos gran experiencia en este fenómeno, como hemos sido los grandes desplazados a lo largo de toda la historia moderna y contemporánea, este momento es para nosotros de gran responsabilidad humana, laboral, convivencial. No podemos utilizar con los que vienen aquí llenos de miedo y esperanza los métodos que muchas veces practicaron con nosotros: el desprecio, la marginación, la explotación. Por respeto a nuestro propio pasado, aparte de por humana solidaridad, hemos de aceptar, comprender y ayudar al que nos tiende la mano y la mirada interrogante. Promover y apoyar medidas de integración, de aceptación, que faciliten la convivencia de los que nos aportan la sabia nueva de su fuerza laboral, de su juventud y de sus nuevas manifestaciones culturales, que siempre en nuestra historia han conformado nuestro ser multiforme.

Por supuesto, la masiva emigración hay que controlarla, para evitar bolsas de miseria y desesperación; regularla racionalmente. Evitar el desorden y la improvisación, que tanto favorecen a los especuladores y explotadores. Pero hay que comprender que la emigración, pese a los desajustes superficiales, constituye una riqueza humana que a medio y largo plazo nos enriquece a cambio de mínimas contrapartidas.

*Historiador y portavoz del PSOEen el Ayuntamiento de Badajoz