La campaña de vacunación contra la gripe A se inició ayer sin aglomeraciones ni dudas. Lo primero obedeció a la larga fase de preparación en la que el Ministerio y la Consejería de Sanidad prepararon a los ciudadanos para que entendieran que se trata de una medida preventiva exenta de dramatismo. Lo segundo se desprende de la disciplinada función de los médicos de aconsejar a los grupos de riesgo que acudan a los centros de vacunación, de acuerdo con los consejos de las autoridades sanitarias y al margen de la opinión de cada facultativo.

El debate de los primeros momentos entre partidarios y detractores de la vacunación parece haber quedado superado por la obligación ineludible de la Administración de garantizar a los ciudadanos las mayores cotas de prevención de la enfermedad. Es posible que la discusión estrictamente científica admita albergar reservas sobre la necesidad de afrontar una campaña de vacunación masiva, pero, habida cuenta de que nadie puede garantizar una difusión sin riesgos de la enfermedad, se ha optado sensatamente por la seguridad. Con ello no se excluye por completo el contagio de la enfermedad -la vacuna no inmuniza totalmente-, pero se limita su expansión.