WEw s algo más que una impresión: el presidente del Partido Popular, Mariano Rajoy, está políticamente muy tocado, casi noqueado. Solo una reacción fulminante por su parte puede acabar con la sensación de descontrol que se percibe en su formación política en un momento muy delicado para la actual dirección: cuando faltan tres semanas para las citas electorales de Galicia y Euskadi.

Al escándalo del espionaje en Madrid, que se arrastra por los medios de comunicación durante las últimas semanas, se sumó el viernes la detención, a instancias del juez Garzón y de la Fiscalía Anticorrupción, de cinco personas acusadas de formar una trama de corrupción que ha trabajado con instituciones gobernadas por el PP en las comunidades autónomas de Madrid, Valencia y Andalucía. El clima de desasosiego aumentó ayer cuando se supo que el alcalde de Boadilla del Monte, Arturo González Panero, se negó a poner su cargo a disposición del partido, poco después de que el propio Rajoy anunciara públicamente que el regidor de esa localidad madrileña había comunicado que dejaba el puesto. Un pulso en toda regla que la dirección del PP tendrá que resolver por la tremenda y de forma esperpéntica, seguramente en forma de moción de censura. El remate lo puso, en fin, la presidenta madrileña, Esperanza Aguirre, quien por la tarde destituyó a su consejero de Deportes y al gerente de un mercado de la capital y exalcalde de Majadahonda, ambos relacionados con contratos de empresas investigadas por el juez Garzón.

Esta densa cadena de acontecimientos desdichados para el principal partido de la oposición sugiere, en primer lugar, que estamos ante un caso de corrupción de primera magnitud y que ha estallado en el peor escenario posible: en medio del fuego cruzado que las distintas familias madrileñas del PP mantenían a propósito de las denuncias anteriores de espionaje y de fabricación de dosieres. Ambas tramas han puesto seriamente en cuestión la autoridad política del presidente del partido y su capacidad de poner orden en ese guirigay. La crisis en las filas populares es tan profunda en estos momentos, que ya no solo amenaza a la continuidad de su líder, sino al conjunto del proyecto que trata de impulsar Mariano Rajoy desde que perdió las elecciones generales de marzo del año pasado.

En un momento de profunda crisis económica, el país necesita una oposición bien articulada y con un discurso coherente, alternativo al de los socialistas. Las peleas internas y, lo que es peor, los titubeos para aclarar las conductas sospechosas solo pueden alargar el calvario de una dirección que se ha agarrado al siempre patético recurso de denunciar una "campaña de acoso" orquestada desde el Gobierno.