TMti amigo Carlitos García no es muy amigo de sentarse a las mesas de las terrazas de los bares, eso de tener a demasiada distancia la barra y al camarero que la atiende no le gusta mucho, pero esa noche de junio se ve en la necesidad de hacerlo porque concertó una cita con una mujer y ella decidió que se vieran en una terraza muy coqueta de una céntrica cafetería. Se conocieron hace apenas un mes, en la academia de idiomas donde Carlitos perfecciona su mediocre inglés para poder entenderse por teléfono, sin demasiadas dificultades, con su amigo norteamericano Paul Marcks --del que ya les hablé en un artículo publicado el día 19 de febrero--. Ella es una profesora que se llama Lisa y es inglesa. A él le ha gustado esa chica pelirroja, de algo más de treinta años, con la cara llena de pecas, que según Carlitos tiene una sonrisa preciosa y unos ojos chispeantes color miel que atontan. "Es perfecta, Juanito . Guapa, simpática, espontánea..., tan encantadora...", me dice con los ojos perdidos. "Algún defecto tendrá" le comento en broma. Pero no, Carlitos no me escucha; Carlitos está enamorado. El, que siempre ha sido muy poco dado a los romances, porque es de esos tipos que un día se dejó seducir por la informática y vuelca sus cinco sentidos en conocerla y entenderla, dice que no tiene tiempo para mujeres, y siempre mira de reojo a las chicas que solicitan su atención. Y claro, ellas, una vez que se dan cuenta de que es un tipo tan tecnológico, comienzan a retroceder y a mirarle desde lejos, hasta que le pierden de vista.

XPERO ESTAx vez se ha descuidado un poco y ¡zas!, diana del amor. Esta noche estrellada de un sábado de junio, a las once de la noche, espera a su chica inglesa sentado a la mesa de una terraza de un bar. Por una vez en su vida ha llegado puntual a su cita. Estás perdiendo puntos, Carlitos. "Ya, ya sé, pero estos ingleses dan tanta importancia a la puntualidad que no te queda otra", se justifica. Tu encantadora pelirroja se retrasa, y mientras llega, observas lo que ocurre a su alrededor y te das cuenta de que a veces a uno se le presenta en la vida un bello muestrario de encantadoras excepciones: A la mesa situada a tu izquierda se han sentado una pareja de tórtolos excepcionalmente peculiar, él rondará los veintipocos años, ella, seguro, sobrepasa los cuarenta. El toma con sus manos las manos de ella y le promete la luna. Se les ve felices. Frente a él, sentadas a otra mesa puedes ver a dos chicas que se acarician las mejillas y se sonríen con los ojos encendidísimos. Seguramente sean amantes, y traten de planes de futuro. "¿Qué se puede hacer con el amor, que se puede hacer si es cosa de él?...", canta Silvio Rodríguez . Una pareja de magrebíes cruzan entre las mesas de la terraza hacia la entrada del bar, ella cubre su cabeza con un bonito pañuelo de seda, él calza unas llamativas babuchas, van cogidos de la mano, pero ella, sorprendentemente, camina delante de él.

Lisa llega veinte minutos tarde. Está guapísima. "Pensaba que los ingleses érais siempre puntuales", le dices bromeando. "Es que yo soy una excepción", te contesta ella siguiéndote la broma. "Sí, una encantadora excepción", piensas.

*Pintor