TDtiscreción y encanto son dos de esas palabras que salen juntas por inercia, una detrás de otra, desde que a Buñuel se le ocurriera reunirlas en el título de una película. El genial aragonés atribuía esas cualidades a la burguesía, pero como ahora estamos en plena reubicación de clases sociales ya no sabemos quién practica la moderación, la cautela y la mesura.

Hay quienes llevan a gala hablar mucho, en voz alta y con estridencias, para que todo el mundo se entere de que ha abierto la boca. Y suele ocurrir en esos casos que el contenido pasa a un segundo plano, y que incluso una posición medianamente razonable pierde toda su fuerza por culpa del exabrupto y la exageración. El recurso a la comparación con Hitler, que ha dado para que un tal Godwin establezca una especie de principio respecto a la presencia del dictador al final de cualquier discusión, es un elemento que ha dejado de tener fuerza dialéctica debido al uso desmesurado que hacen algunos.

Frente a quienes creen en la eficacia de las grandes intervenciones permanentes, conviene hacer un elogio de la discreción: me contaba alguien, que conoce de primera mano alguna de las polémicas surgidas en Extremadura en torno a las cajas de ahorros, que últimamente había en ellas demasiado ruido, una sobredosis de declaraciones muy bienintencionadas pero que tal vez no fueran la ayuda más eficaz para resolver los problemas. En los momentos difíciles no hay nada mejor que una gestión sosegada de los discursos: conviene hacer el doble o el triple de lo que se cuenta y no olvidar que la discreción tiene su encanto.