Don Quim, un señor con aire de cura lampiño, se parece a Junqueras, el encausado principal del procés, en su aureola conventual.

A ambos les rodea ese halo clerical, habitual en el protagonista nacionalista, desde Arzallus al último abad de Montserrat. Y no es que una tenga nada contra el tono parroquial que suelen emplear, lo mismo si están jaleando a los CDR para que no aflojen en su violencia urbana, al modo reciente e impune de Torra, como si están amenazando a España entera con arruinarla en cuanto les pete, como le oímos hace ya algo más de tiempo a don Oriol.

Impunemente entonces también, por cierto. Lo que molesta es su dicción dulce y humilde para derramar mentiras como el que derrama bienaventuranzas.

Luego, aparte del fanatismo de sus ideas, de su supremacismo, de la falta de solidaridad flagrante con las zonas del estado peor tratadas que la privilegiada Cataluña por los distintos gobiernos estatales desde antes de la revolución industrial, y por apoyar ambos un golpe contra un Estado de derecho, la situación de uno y otro dista mucho de parecerse, por mucho que solo les separaran ayer unos metros en la sala del Tribunal Supremo donde dio comienzo el juicio del siglo en que se va a convertir este proceso nuestro de cada día.

Torra ocupaba un lugar privilegiado, fue recibido por Lesmes con el honor que merece su cargo y, salvo cierta incomodidad de un fugaz ayuno de protesta, solo se le conoce durante este año tras los sucesos de octubre su regalada vida como presidente vicario del huido. Todo lo contrario de las contrariedades sufridas por Junqueras desde la proclamación de la DUI.

Una siente por todos y cada uno de los encausados la simpatía justa, es decir ninguna, y, pese a que no le hace gracia que nadie esté en la cárcel, no puede por menos que pensar que, si sus coleguillas golpistas, con el líder de Waterloo en el maletero, no hubieran salvado el trasero mientras dejaban a sus compañeros de dislate en la estacada, probablemente el riesgo de fuga no estaría entre las principales sospechas de sus señorías y los encausados hubieran podido esperar el juicio en su casa y no en prisión. Tal vez por eso, Torra, el vicario del huido, no tiene pensado entrevistarse con Junqueras. Porque cada día que pasa es más sangrante la escapada del exhonorable, después de montar la que montó. Y es que entre comilonas, óperas, actos, actitos y manipulaciones, el prohombre sufrirá mucho, pero aparenta estar divirtiéndose más que un culé cuando golea Messi.