Aunque en esta ocasión apenas haya trascendido a la opinión pública y tampoco se aprecie especial agitación en el seno de la comunidad universitaria, las elecciones que se celebrarán hoy para renovar parcialmente el claustro de la Universidad de Extremadura (Uex), tendrán gran importancia para el futuro de la institución universitaria.

Por ello, cabe calificar de preocupante la calma chicha --que nunca se sabe si precederá a la tempestad-- con la que la comunidad universitaria y el conjunto de la sociedad extremeña enfrentan tan cruciales momentos. Aunque nunca se han distinguido los universitarios extremeños por exteriorizar excesivamente sus cuitas ni sus conocimientos o puntos de vista sobre el entorno con el que interactúan --y los pocos que lo han hecho han merecido la reprobación desairada de los que por su ´profesión´ de políticos se atribuyen en exclusiva determinadas capacidades--, es notorio que en los últimos tiempos se han agudizado las ausencias y atenuado los focos que hacían visible la incardinación social de la universidad extremeña.

Podría pensarse que ese alejamiento es síntoma de madurez y recogimiento interior, o que es resultado del ´consejo´ formulado en tono más imperativo que desiderativo por Rodríguez Ibarra en sede parlamentaria, donde dijo que quería ver a los universitarios en sus despachos y laboratorios en lugar de en los medios de comunicación. Pero --y aunque es conocida la diligencia con la que los extremeños aceptan las sugerencias de su presidente-- también se podría interpretar como la manifestación de un progresivo desencanto por la evolución de una institución que, pese a cumplir una importantísima función social y a contar con cualificados y reconocidos profesionales, se ha ido adocenando como consecuencia de una excesiva burocratización y una acusadísima dependencia cuando no injerencia política. Estas circunstancias han podido conducir a muchos universitarios extremeños a un ensimismamiento que nada tiene que ver con el enclaustramiento exigible en estos momentos para procurar el salto cualitativo que la universidad demanda. Por ello, y tal como ocurría en la Edad Media, el claustro que ahora se renueva debería configurarse como un espacio de reflexión, encuentro y confrontación de ideas y opiniones, y un foro donde primero se derroche y luego se sepa encauzar la imaginación, el compromiso y la creatividad.

Pero la naturaleza de la actividad universitaria conduce fácilmente al ensimismamiento, a aislarse del mundo para laborar desde atalayas y torres de marfil, con formato de laboratorios y bibliotecas, y que configuran un paisaje disciplinar cada vez más competitivo e hiperespecializado; y también genera muchas dependencias, tantas que los ladrillos que se necesitan para edificar esas inteligentes construcciones --que eso sí, no tienen por qué ser impermeables-- son otros los que nos lo proporcionan, después de juzgar, de manera no siempre incuestionable, si merecen la pena las empresas que nos proponemos, las exploraciones que imaginamos, o los entuertos que pretendemos deshacer. Y como resulta que sin ladrillos nada se puede edificar, y que sin esas atalayas tampoco cabe otear ningún tipo de horizonte, el problema que se presenta se resume en el famoso principio ´primum vivere, deinde philosophari", y que traducido y actualizado al román paladino, se convierte en algo tan íntimo y humano como ´y de lo mío qué´. O dicho de otra manera, que para poder ´filosofar´ en su sentido más amplio y cumplir los cometidos, compromisos y expectativas que la sociedad espera de ellos, a los universitarios se les exige o mucho desprendimiento y atrevimiento además de un calculado aunque siempre incierto sentido del riesgo; o, en su caso, que se encuentren con una actitud receptiva, abierta y tolerante por parte de quienes tienen la responsabilidad y capacidad para que en nuestra Universidad se alcen atalayas y brillen torres de marfil.

En definitiva, que al final siempre nos acabamos topando con el manoseado principio de la autonomía universitaria, tan invocado como negado.

Y con la preocupación que les refería al principio, porque en nuestra universidad no son pocas las invitaciones de los que la gobiernan, ya sean autoridades académicas o políticas, a que los universitarios nos ocupemos de nuestros asuntos y no nos metamos en política --universitaria, se entiende-- a que aceptemos las clarividentes directrices universitarias provenientes del gobierno regional, a que esperemos confiados el maná y el Dios proveerá, a que no entorpezcamos con nuestras impertinencias las providencias y designios que nos aguardan. Es decir, nos piden que sigamos ensimismados incluso cuando tengamos que enclaustrarnos. Pero no es eso, sino todo lo contrario, lo que el futuro nos demanda. Y al final, el tiempo siempre acaba pasando la factura. Seamos conscientes y aguardemos esperanzados.

*Profesor de Historia de la Uex.