La renuncia de Benedicto XVI como Santo Padre ha impactado notablemente en la opinión pública mundial. Se trata de un acontecimiento de gran envergadura, no solo religiosa, por supuesto, sino también política, que incluso ha sido una sorpresa --o al menos así parece-- para el propio Vaticano. El mismo Papa, a la vez que anunciaba su incapacidad "para ejercer adecuadamente el ministerio petrino", reconocía solemnemente la "seriedad" de un acto que no tiene parangón en la época moderna. Aunque la renuncia está contemplada en el Código Canónico, debemos retroceder casi seis siglos para hallar una situación similar.

A partir de las 20 horas del día 28, se abrirá una etapa casi inédita en la historia de la Iglesia: la elección de un nuevo Papa que no llega como consecuencia de la muerte de su antecesor. En el 2005, cuando el cardenal Ratzinger accedió al pontificado, los expertos vaticanistas analizaron la entronización del alemán como una apuesta de la Iglesia por una dirección firme en lo doctrinal, alejada del populismo de Juan Pablo II y pendiente del reforzamiento de la tradición ante los retos de la contemporaneidad.

Se contemplaba la figura del intelectual consagrado, temido y respetado, como necesaria en unos momentos de necesaria autoafirmación teológica ante la llamada dictadura del relativismo, más allá de la imagen de pastor de almas que tanto cultivó Woyjtila. Y se hablaba de un Papa de transición, conocedor de los resortes vaticanos y martillo de herejes y heterodoxos, para poner orden en la curia y para afianzar lo que debía leerse como hercúlea unidad de la Iglesia ante todo tipo de amenazas.

El pontificado de Benedicto XVI, estricto en la disciplina y con evidentes querencias conservadoras que han puesto en duda la herencia del concilio Vaticano II, sin olvidar sus oposiciones contundentes a todo aquello que se alejara de la más estricta moral católica, queda marcado por los múltiples escándalos de pederastia y también por la polémica conocida como Vatileaks, un iceberg que esconde nuevos y oscuros intentos de controlar el poder por parte de la curia romana.

Empieza ahora un periodo desconocido en el que se plantearán muchas incógnitas y habrá muchos rumores hasta la elección, en marzo, de un nuevo Papa que tendrá ante sí desafíos colosales en una época especialmente turbulenta.