Los españoles hemos hablado en las urnas y si ha habido un vencedor claro pero no suficiente, otro que ha ganado a sus expectativas burlando a la jauría que le acosaba, otro que, engañosamente se sostiene, aunque tremendamente vapuleado, y por último, un quejica incapaz de la autocrítica, que lo único que ha hecho desde el 26 J ha sido lamentarse a posteriori de las reglas del juego en el que a sabiendas de ellas participaba, a quien verdaderamente hemos puesto en ridículo ha sido a las encuestas. Estas, para algunos demostraron la inutilidad de las empresas demoscópicas y para otros, peor pensados ellos, que estas tan solo fracasaron en su intento de crear un estado de opinión que influyera en el voto.

Resulta impensable creer que los preguntados a pie de urna, en las semanas anteriores o los días cercanos en que sus respuestas se cifraban en frutas, mintieran. No hay motivo para semejante impostura. Así, el descalabro, el fiasco y la incompetencia demostrada por los responsables de los sondeos fue de tal magnitud que se hace muy cuesta arriba asumir que el dinero invertido en ellas, más bien despilfarrado, está justificado. Imaginen ustedes tal nivel de fracaso en cualquier otra profesión, una gestión tan desastrosa, una cota similar de error, en sanidad, educación, economía, deporte... En el campo que ustedes quieran. Y díganme dónde acabarían los profesionales responsables de tan nula productividad.

Por otro lado, pasado ya el momento de las reacciones inmediatas, cuando el bote sustituyó a la inacción, el alivio pálido a la angustia, el ceño terrible a la sonrisa cursi y el despecho y cicatería a la fingida equidistancia, parece haber un estado de opinión generalizado en que pronto habrá gobierno, pero los líderes se mantienen en sus trece, en sus vetos y en sus jugadas tácticas. O en el peor de los casos --como Unidos Podemos--, en culpar al electorado tan poco ético que no les ha votado porque creía que iban a ganar. A este paso, lo del nuevo gobierno va a ser como los vaticinios electorales. Para colmar esta hartura que no cesa.