La presidenta de Argentina, Cristina Fernández , se ha acordado, de repente, de las Islas Malvinas. La dictadura militar, en los años ochenta, también se acordó de las Islas Malvinas, precisamente cuando el descontento en el interior del país iba en aumento y se organizó una guerra que perdieron los militares que la provocaron. En realidad, y sin querer, Gran Bretaña hizo más por la democracia argentina que muchos de los argentinos que, con su indiferencia y su apatía, permitieron los terribles abusos humanos que perpetraban los espadones.

A Cristina Fernández no le van las cosas bien, cosa lógica porque gobierna bastante mal. Sus tics autoritarios, sus repentinos cambios de rumbo, su autoritarismo han hecho huir a los inversionistas por la manifiesta inseguridad jurídica, por el miedo a que una mañana se levante y nacionalice lo que ha soñado por la noche. Gracias a esta desastrosa manera de gobernar Argentina cada vez está más hundida económicamente y se extiende la corrupción de manera inexorable. Imaginen a Rubalcaba convocando una rueda de prensa tras detener a unos atracadores de bancos y que sus primeras palabras de alivio fueran constatar que "hasta el momento no se ha demostrado que estuviera implicado ningún policía". Bueno, pues el homólogo de Argentina se pone muy contento cuando entre los delincuentes no hay implicados policías.

En esa situación, con un malestar interior cada vez más insoportable, nada mejor que el patriotismo, ese último refugio de los canallas, o sea, el enemigo exterior que nos tiene manía, a ver si así unimos unas voluntades que en lo único que coinciden es en sufrir la desastrosa labor del Gobierno.

Los argentinos, como los pulpos, están cansados de ser golpeados, y fatigados de soportar la corrupción. Un conflicto con Gran Bretaña les puede producir tanto entusiasmo como un discurso de su presidenta, a pesar de que todos piensen que las Malvinas son argentinas.