XExncontré la revista de información nacional en una mesilla, bajo un montón de papeles, y me dispuse a hojearla. Un gran titular advertía en la portada: "China se pasa a Occidente" . Pensé que sería bueno conocer la posición del redactor jefe y seguí adelante. El artículo de fondo, sin embargo, no era sobre China. Se titulaba: "Ha llegado el momento de plantear la cuestión nacional andaluza". ¡Vaya!, me dije, ¡qué cosa! Y leí frases como: "Nadie puede negar la identidad histórica de nuestro pueblo". O bien: "Hoy Andalucía es una colonia interna del capitalismo occidental". También usaba expresiones como "lucha de clases" y la muy bella "iniciativa proletaria". Otros artículos trataban asuntos de actualidad: "La Constitución a estudio". "Galicia, la cenicienta". "Crisis de la izquierda". Y cosas semejantes. Un poderoso conjunto intelectual, muy representativo.

¿Les suena? ¿Estos asuntos les resultan familiares? ¿Creen haberlos leído más de una vez? No me extraña. Lo raro sería lo contrario. Porque les estoy hablando de un ejemplar de la revista Triunfo del 23 diciembre de 1978. Mil novecientos setenta y ocho. En efecto, han pasado 30 años, pero apenas nada ha cambiado en el discurso oficial de los políticos profesionales, los opinadores orgánicos y los medios de comunicación subvencionados. Todo sigue exactamente igual: repetitivo, monótono, agotado, exangüe, mecánico, vacío, trivial. De entre los redactores, unos cuantos han muerto, como es natural, y otros les han sustituido. El artículo sobre China era del malogrado Eduardo Haro Tecglen y en el mismo llegaba a una conclusión triste, atribulada: "El balance es que el comunismo ha perdido un enorme país y la URSS ve su posición internacional mermada". Tecglen estaba en verdad consternado por el poder que el desliz chino hacia el capitalismo le iba a dar a Estados Unidos.

Una desgracia, realmente. El comunismo perdía un gran país (¿o un país grande?) y la URSS se veía, pobrecita, disminuida frente a los americanos. Esa melancolía, ese fracaso, es la música que subyace a una parte sustancial de la opinión actual, heredera de los múltiples Haro Tecglen de la guerra fría. Porque los que van ocupando el lugar de los muertos repiten la lección, los mantras budistas, los topicazos impuestos por el mandarinato. Es un disco rayado al que apenas nadie presta ya atención, pero que es tan oficial como la Prensa del Movimiento.

Me parece muy sorprendente que al cabo de 30 años la sociedad sea otra enteramente distinta, pero que sus representantes y los órganos de transmisión se encuentren petrificados en el sueño de 1978. Los ciudadanos actuales viven incomparablemente mejor que hace tres décadas. Sus problemas nada tienen que ver con aquella población de un país misérrimo moral y económicamente. Sin embargo, si leen ustedes los titulares de hoy y los comparan con los que he citado, no verán mucha diferencia. En el texto, tampoco.

Se han incorporado tres millones de extracomunitarios, la población se ha rejuvenecido, los indicadores de riqueza están alcanzando a Italia. No obstante lo cual, todo cuanto se les ocurre a los políticos profesionales y a sus altavoces es repetir incansablemente los lugares comunes de hace 30 años. Hoy mismo he oído por la radio eso de que Galicia es una cenicienta. Pues, si lleva así 30 años, será que se lo merece. La esclerosis del mundo oficial, de lo que antes se llamaba el sistema, es terminal. Que 30 años más tarde sigamos pendientes del llamado problema vasco, de la cenicienta gallega, de la identidad nacional andaluza (de buena nos libramos, sapristi), del nacionalismo catalán, es vergonzoso, minúsculo, asfixiante.

Que nuestra sociedad está viva, me parece evidente, basta salir a la calle para comprobarlo. Es una sociedad híbrida, rejuvenecida, dinámica, con ambición, abierta al mundo a través de toneladas de aparatos electrónicos. Sin embargo, las instituciones oficiales y sus periodistas parecen muertos. Son momias que simulan la vida. No representan a nadie más que a sí mismos. Pero la muerte no sólo atenaza a los políticos y sus empleados. No debemos ser muchos los que nos hemos escandalizado de que el tal Cuevas haya sido reelegido jefe de la patronal española. También él pertenece a la generación de Triunfo , también él lleva atornillado al sillón 30 años. ¿Qué clase de patronos pueden soportar al mismo jefe durante 30 años? ¿No hay nadie más joven en ese mundillo? ¿Son empresarios escleróticos, de mente raquítica, momificados en un mundo que no permite el amodorramiento? Yo diría que es algo mucho peor.

Son empresarios que tiemblan al pensar en la guerra que desatarán las mafias patronales en cuanto cambie el padrino. Como en Sicilia, el padrino tan sólo garantiza que nada se mueva en el reparto de corrupciones. Pues a imagen y semejanza de la patronal, así son los profesionales de la política y de las comunicaciones de partido. España es hoy un organismo vivo que soporta sobre sus hombros un insoportable cadáver. Carísimo, por cierto.

*Escritor