TEtl chalet, el palacete, la suntuosidad, los coches, la fortuna que algunos acumulan en el ejercicio del servicio público es lo que sonroja a la inmensa mayoría de los ciudadanos y hasta a la inmensa mayoría de los políticos. El lodazal marbellí ha desvelado al personal el abismo que separa la política de la ética y la dificultad de superar el mismo. En estos casos siempre hay que salvar a los setenta justos que han trabajado dignamente por el bien de todos. Salvados sean.

Marbella ha sido el aldabonazo, pero cada cual, por incontrolado acto reflejo, mira a su ayuntamiento.

No hace mucho hubo por estos lares un concejal empeñado en aprovechar el tiempo en el ayuntamiento para hacerse cn un patrimonio y compensar así el que otros consiguieron en épocas pasadas. El ínclito fue censurado por sus correligionarios, pero no apartado del consistorio, y supongo que, dadas sus firmes convicciones, conseguiría su propósito. Y sí, en Cáceres hubo épocas pasadas en las que algunas familias pegaron el estirón patrimonial a partir del paso de sus progenitores por el ayuntamiento. Conoce los nombres quien conoce la historia, pero no es ésta, sino el presente el que nos reclama: uno, que no está en el ayuntamiento, y que defiende la buena voluntad de sus integrantes, no puede despreciar los recados que le dan quienes allí están: hace poco, un joven concejal se fue a casa para precaverse de la úlcera de estómago, pero nos dio un toque de atención: "en el ayuntamiento mandan el ladrillo y la hormigonera". ¿Quién les eligió? ¿Quién les invitó a sentarse en la mesa de decisiones? ¿En qué basa sus edictos el ladrillo? ¿Qué poder tiene la hormigonera? ¿Qué capacidades de convicción adornan a uno y a otro? ¿Son quienes encauzan las voluntades y orientan los dictámenes en torno a las recalificaciones, las alturas de los edificios, la ubicación de las estaciones de ferrocarriles? ¿Qué precio tiene todo eso, quién paga y quién cobra?

Es tan obvio que don ladrillo tiene tentáculos en todas las mesas de contratación y en todos los planes de urbanismo como evidente que el poder económico privado está fuertemente concentrado y sus representantes dominan, en general, el poder ejecutivo de los concejos, al punto de que hasta se habla de una dictadura económica que doblega a su antojo a los cargos electos y decide el crecimiento de las ciudades y hasta el de algunos concejales.

Pues eso: el desenladrillador que nos desenladrille, buen alcalde será.

*Licenciado en Filología