TDtentro de unos días, en uno de sus infames boletines, ETA nos explicará las razones con las que justificar sus dos últimos atentados. Nos dirán que fue la peculiar manera de celebrar su medio siglo de existencia, o que es su forma de elevar recurso a la sentencia del Tribunal de Estrasburgo que cegó cualquier esperanza de legalización para los partidos que han actuado en las urnas bajo el paraguas de sus pistolas. Aliñará su retórica con el catálogo sempiterno de sus ensoñaciones independentistas y convertirá las hazañas en una forma de amenaza futura, en una prueba de su fuerza asesina.

Pero ya no engañan a nadie, ni siquiera a buena parte de los suyos, a esos sectores que un día mataron o justificaron sus crímenes desde la política y hoy rubrican lo que piensa la mayoría aunque su cobardía les impida proclamarlo a los cuatro vientos: que ETA es una banda criminal moribunda. El ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba , que está demostrando un olfato extraordinario para dirigir la lucha contra ETA y para poner palabras al pensamiento de la ciudadanía, lo último que ha dicho es que nos enfrentamos a una banda de asesinos salvajes y enloquecidos. Lo de los asesinos salvajes ya lo sabíamos, su enloquecimiento es la novedad más preocupante, la que, como dijo el ministro, no los hace más fuertes, pero sí más peligrosos. Y lo han demostrado: apenas han tardado cuarenta horas en resarcirse de su frustración por no haber sembrado la muerte en el brutal atentado de Burgos, buscando un nuevo objetivo en Mallorca, una isla aparentemente blindada en estas semanas veraniegas por la presencia de la familia real.

Un IRA enloquecido intentó prolongar su existencia elevando el nivel de sus crímenes con el atentado de Omagh, hace ahora once años. Aquel crimen acabó con la vida de 29 personas, entre ellas una mujer embarazada. ETA, con la matanza frustrada de Burgos y su secuela en Mallorca parece seguir el mismo camino. Si es así, aún en su locura, los terroristas de ETA ya saben cómo terminó aquella historia.