TNti España ni Alemania pueden estar satisfechas de su pasado reciente. La una, porque fue el escenario de una guerra civil muy cruenta y, la otra, porque fue la causante del desastre de la II Guerra Mundial. Hay otras semejanzas. El pasado de una familia alemana puede ser el de un oficial de las SS por la rama paterna y un comunista por la rama materna. En el pretérito de la familia española puede haber un crío de diecisiete años, fusilado por estudiar en un seminario, y un hombre de treinta pasado por las armas por estar afiliado a UGT.

Sin embargo, hay muchas diferencias. Terminada la guerra, en Alemania se instaló una democracia y en España una dictadura. Aunque la guerra civil fue objeto de numeroso material bibliográfico no es nada comparado con el ingente material histórico, literario y cinematográfico que se ha distribuido por todo el mundo recreando la crueldad de la Alemania nazi, sin que entre los alemanes coetáneos haya surgido la menor discusión. En Alemania no hay un partido nazi reconocido por la ley, mientras en España hay un partido falangista, amparado por las leyes. En Alemania no se le ha ocurrido a ningún juez investigar sobre las tumbas de los gitanos, los comunistas, los disidentes del nazismo o los judíos que no fueron gaseados, ni, por supuesto, ningún magistrado ha tenido la brillante idea de pedir el certificado de defunción de Adolfo Hitler .

En Alemania apenas se habla del pasado, se trabaja para que siga siendo la locomotora de Europa y se cree en el futuro. En España parece que nadie sabe cómo enfrentarse con eficacia a los problemas del presente, no hay confianza en el futuro y, de repente, nos hemos puesto muy entusiasmados a hablar del pasado. Esa es la diferencia. La terrible, desoladora y enorme diferencia.