Fue en la temporada 95-96, tras un Azuaga-Cacereño (0-9). Angel Marcos, entonces técnico del Cacereño, se fijó en él y en Mario, otro chaval del modesto equipo de la localidad pacense, y le dijo al presidente verde, Angel Carrasco, que los trajera. Enrique Fernando Ortiz Moruno (Azuaga, 2-7-77) comenzaba entonces su carrera como futbolista, desarrollada en gran parte, de momento, en el Cacereño. Tras llegar a Cáceres, estuvo un par de años en el filial, donde destacó sobremanera, a pesar de que llegó con una rodilla maltrecha. Su entrenador, Vicente Parra, confió en él y, como Marcos, le veía como una futura gran estrella. Pero Carrasco no quiso pagarle 100.000 pesetas mensuales y se fue a Algeciras; después, a Maracena y Motril. En el 2000, de nuevo de la mano de Marcos, vuelve, pese a que en el club se manejaban informes negativos sobre el extremo. Triunfó a lo grande y, a partir de ahí, pese a que ha flirteado con varios clubs, ha seguido en Cáceres, ciudad en la que disfruta y se siente bien tratado. Ahora, el interés del Cádiz y su espectacular momento de forma le vuelven a confirmar como un futbolista desequilibrante. Los años le han dado estabilidad, pese a que se encuentra con una gran posibilidad de jugar en un club de una categoría, la Segunda, más acorde a su real valía. En Cáceres es el jugador franquicia, y su técnico, Ismael Díaz, lo sabe.