Ensayo sobre la lucidez es uno de los últimos libros de José Saramago . El escritor portugués, premio Nobel de Literatura, hace en su novela unas profundas reflexiones sobre el desencanto en la participación electoral. Parte de la ficción de unos comicios en los que en un colegio electoral el primer votante no acudiría hasta dos horas después de su apertura. Esa sería, en el libro, la tónica de toda la jornada, donde la inmensa mayoría de los ciudadanos hicieron su elección de una manera muy revolucionaria, dando la espalda total tanto a los partidos más consolidados como a aquellos alternativos, iconoclastas e incluso pintorescos. El desconcierto, la estupefacción y también la burla y el sarcasmo asolarían al país en la ficción. La reacción de las autoridades fue propagar que había un complot contra la democracia y que sus instigadores debían ser eliminados. Hasta aquí el relato novelesco, pero impregnado de consideraciones políticas y humanas de calado.

Las reales elecciones de este domingo dan pie para la reflexión. O al menos deberían darlo. Que sea así para los dirigentes de los partidos es otra historia, pues cada uno se quedará con lo que le interese. No es usual que los burócratas y líderes políticos hagan una reflexión sincera no solo ante el exterior, sino también internamente, de algo que debe ser subrayado: la mayoría de los ciudadanos de este país han dado claramente la espalda a la política que aquellos ejercen. Se acudirá a argumentos como que en otros estados el voto ha sido menor, que aquí ha sido similar al de hace cinco años, que las instituciones comunitarias son lejanas u otras consideraciones con tal de evitar reflexionar. ¿Qué le importa a Rajoy la altísima abstención si lo único que le interesa es decir que ha ganado? ¿Qué le importa a Zapatero si no transmitir que a pesar de la gran crisis económica solo ha perdido por un porcentaje pequeño? Ciertamente eran elecciones europeas, pero desde el PP se plantearon en clave nacional. Y con un claro mensaje: hay que echar a ZP y esta era la ocasión para expresarlo. Los sectores críticos internos se olvidaron por un tiempo de sus dudas y movimientos para cuestionar o cambiar de líder. El cierre de filas y el llamamiento a la ciudadanía para aquello movilizaría solo a los más convencidos. Pero es indudable que en millones de votantes del PP en otros comicios no caló ahora esa idea.

Desde el PSOE se intentó con poco éxito hablar algo más de Europa, pero pronto se enfangaría en un argumentario de hostilidad a la derecha, supuesta encarnación maniquea de todos los males. A un sector de la izquierda ello le motivaría, pero a otro lo espantarían de las urnas en una ocasión en que no había riesgo de alternancia. También millones de votantes socialistas se han quedado ahora en casa, sobre todo en feudos catalanes y andaluces.

XLAS ANTERIORESx elecciones europeas, hace cinco años, se celebraron solo tres meses después de los comicios, algo agitados, que habían llevado a ZP a la Moncloa. Sectores de la derecha se volcaron pretendiendo devaluar el triunfo del rival, en una peligrosa corriente de negar legitimidad democrática a la victoria socialista en las legislativas. Sin embargo, una derrota ajustada entonces no sería el preludio de una victoria en las siguientes elecciones generales, sino de una nueva derrota.

EL PSOE corre ahora también el riesgo de consolarse en esta leve pero clara derrota pensando que, a pesar del avance del PP, ello no tiene por qué suponer perder el poder en España. Piensa que si con la fuerte crisis económica la diferencia porcentual no ha sido grande, cuando se inicie la recuperación de la situación y de los índices económicos antes de las elecciones, se recuperará. Pero brotes verdes aún no hay.

Pero sobre los millones de votantes que unos y otros no han logrado movilizar, sino, por el contrario, espantar, nada de reflexión. Afortunadamente, aún con los affaires de nuestra política doméstica no estamos al nivel nauseabundo de Inglaterra e Italia. En el primer caso, los escándalos de la izquierda le pasan factura, mientras que en el segundo son banalizados por la tolerancia con la deriva moral del líder de la derecha. Parece que hay un tipo de electores que perdonan a los suyos (solo por eso) lo que a los contrarios les supondría el corte de la cabeza.

La degradación de la política está ahora en un momento álgido. Tampoco es nuevo, pero la desafección por ella es cada vez mayor. Eso no será óbice para que cuando haya elecciones generales (en principio, dentro de tres años) vuelva a haber alta participación. Se agitarán de nuevo fantasmas que serán los que lleven a muchos ciudadanos a las urnas. Pero estos lo harán pensando, más que en el liderazgo convincente e ilusionante del votado, en echar a los que están o evitar que lleguen los que están fuera. Esto es, el voto en contra. A los dirigentes, eso no les preocupará. Ya se encargarán los acólitos de presentar los resultados de modo favorecedor de sus intereses.

El sábado Obama desembarcó en las playas de Normandía. Pero ya se ha ido de este viejo continente. No ha dejado ni espuma en estas aguas agitadas. Sus refrescantes ideas y su liderazgo son algo carente aquí de la mínima comparación. El único que ligeramente se le parece es Sarkozy , aunque da tan poca talla- En España, reflexionen sobre la lucidez.