Podría estar en París recolectando botellas vacías y con suerte, coger alguna migaja sobrante del mundo literario. A Gabriel García Márquez, recoger botellas vacías y cantar rancheras en los tugurios bohemios, le alcanzó para pagar el alquiler de su buhardilla situada en un séptimo piso sin ascensor. Después de aquello, vino lo demás: la soberbia del triunfo, la fama, la huida, su amistad con Fidel... el Nobel y sus «putas tristes».

Seguro que arracimar botellas vacías me enseña más de la condición humana, que esta mera contemplación de la vida desde mi casa.

Ahora que es imposible vivir sin ira en el aire, me acuerdo del poeta que dijo: «Aceptad el vacío que os vendrá». Y en ello estamos, en la irremplazable consumación de las advertencias que los profetas-poetas, de forma muy sutil, deslizaron en sus poemas. Como quien deja el pañuelo lleno de su olor en el abrigo del amante.

Me siento a escuchar a los poetas por hastío con los políticos y en general, con la atmósfera que nos rodea. Un inventario de calamidades del que no quiero oír más su eco periférico. ¡Ya está por hoy! me digo cada noche, pidiendo que se acabe este cansancio y la bruma que lo envuelve.

Imagino que hay alguien por ahí pidiendo dar un último abrazo a su madre; un pase clandestino de hospital; un entierro multitudinario; un recital sin asientos libres; soplar las velas de la tarta sin temor a ensuciar el aire... ¡Que los besos no sean ya furtivos!

«Aceptad el vacío que os vendrá» nos advirtió el poeta.

Siempre hay una linde que nos confina al cuarto de atrás, justo donde principia el sótano de los desasosiegos y donde las desazones persisten en salazón. ¿La veis? Allí, tras el lindero, confinados estamos para la Historia que se estudiará en los libros. Puntitos negros que desaparecen consumidos por una bruma invernal.

Más de cuarenta mil compatriotas desfilaron ya por los aledaños de esta muerte moderna; muerte pandémica que se emite en directo, se divulga, refresca o actualiza al caer el telón del domingo. Números mortíferos de Excel. Ya no extraña ver la luz del tanatorio del pueblo encendida a cualquier hora. Ya no se llora con la magnificencia de antes porque se muere mucho y hay que ir a otras cosas.

A España por ejemplo le urgen unos presupuestos. Ya si eso los muertos que esperen otro día. El oropel y la pompa para Otegui. Y la serie Patria ejerciendo de telonera ante el desconcierto.

Escuchen. Había una escritora de familia bien, de nombre Silvina. De ella se cuenta que solía recibir mendigos para invitarles a merendar té con leche. ¿Creen que era porque les tenía lástima? En absoluto. En una entrevista, ella misma contó cómo disfrutaba verlos comer nata y mancharse, algo que a ella le parecía repugnante.

No sé por qué he relacionado esta historia con los acontecimientos políticos de las últimas horas y la conjura de necios en la que nos vemos encallados. Esta clase dirigente que sufrimos a chorros, nos está diciendo con la mayor de las osadías e insolencia, que le repugna lo que hace pero que aún así lo hace. Ya si eso la decencia que espere para otro día.

Alguien, en todo este armazón, va a salir con la nariz manchada de nata, y no van a ser los que empuñaron las armas porque son perros viejos. Además, saben que al otro lado hay un pueblo pacífico, la Vittori de Patria. Un pueblo, que, si en aquellos tiempos no practicó el «ojo por ojo» menos ahora el «diente por diente», con tanto cansancio de muerte amontonada y sobre todo la fatiga de saber que el político es un espécimen que te apuñala y luego se toma un calmante.

Recolectaré botellas vacías como Gabo. Montañas enteras de vacío y transparencia. Ensayo y profecía, pues en las próximas elecciones, no sería una distopía recolectar urnas vacías.