Ya que según la Unesco este jueves es el Día Mundial de la Filosofía, aprovecharé para hablarles del placentero oficio que tengo. Digo placentero a sabiendas de los tópicos que corren al respecto. Todos falsos: no hay materia más fácil y gustosa de tratar con adolescentes que la filosofía. Y eso pese a los infumables currículos que nos envían los burócratas del Ministerio.

¿Y por qué es tan fácil enseñar filosofía? Simple: porque se ocupa de las cosas más fascinantes del mundo. No creo, sinceramente, que haya nada interesante de que hablar (en clase, en la peluquería, el Parlamento, la Academia o el Liceo, en una iglesia, el ascensor o la cama) que no tenga relación con la filosofía. «Hasta mascar chicle es metafísica», decía un profesor que conocí en la facultad -y que solía analizar películas de Schwarzenegger para ilustrar sus lecciones-.

El Universo, la existencia humana, la verdad, la bondad, la justicia, la belleza... ¿Hay algún tema de conversación interesante que no esté relacionado con estos asuntos?... ¿Qué es todo lo que es? ¿Quiénes somos nosotros? ¿Qué podemos saber? ¿Qué debemos hacer con nuestra vida? ¿Qué ideas políticas nos convienen?... ¿Hay algo más grande en el mundo que la pregunta por el mundo? ¿O cosa más misteriosa que esto de hacer preguntas -y que el bicho capaz de hacerlas- ? ¿No son las preguntas como ventanas por las que la realidad se llama y mira a sí misma? ¿Y por dónde andarán la verdad y las respuestas? ¿Qué sentido tiene buscarlas? ¿Para qué desear lo que nunca es, pero debería ser siempre? ¿Desde qué cielo relampaguea la belleza, ese bálsamo de todas nuestras pasiones inútiles?...

Mas la filosofía no está hecha solo de preguntas; también es el volcán que expulsa -de forma cíclica- las respuestas que nos alumbran un instante antes de tornarse ceniza y error. Todas las ideas económicas, políticas, morales, estéticas, teológicas o científicas son o fueron erupciones -ya solidificadas- del viejo volcán filosófico. Quién no conozca a los filósofos griegos, a los sutiles teólogos medievales, a los pensadores que alumbraron la modernidad o a los que andan aún martilleándola, no saben realmente nada de todas esas ideas -sino, a lo sumo, de sus cenizas-.

A los jóvenes les gusta filosofar porque, a diferencia de los adultos, ellos sí saben que no saben. Y porque descubrir el hilo de esas ideas que nos hacen hacer (y padecer) es algo de lo más gozoso y liberador. ¿O qué creen que es la libertad sino hacerse uno el dueño de las ideas (y su «quick version»: las emociones) que nos mandan y desmandan? ¿Tener más crédito o datos en el móvil? ¿Sentir el viento desde la proa de un velero como en los anuncios de la tele? ¿Una fiesta de solteros? ¡Anden ya! La libertad es otra cosa.

Mis alumnos caen en el pozo de Tales o en manos de los pitagóricos y ya saben la raíz, llena de trampas, del árbol de la ciencia. Negocian -sofistas que son- con lo justo y lo injusto, y aprenden de qué va el rollo de la política (y cómo ennoblecerlo, si cabe). Descubren en la caverna platónica el «reality show» que tomamos por real y, justo por eso, despiertan. Se asombran de la lógica invencible de los teólogos y acaban por hacerla su dios. Se entregan a la urgencia de pensar la ciencia, el lenguaje, el arte, antes de que sean la técnica, las palabras o las imágenes las que piensen por ellos... ¿Habrá algo más guay que quitarse de encima el peso de tantas y tantas cadenas?

Y así nos pasamos los días: charla que te charla de las cosas más interesantes, de esas que hacen girar, de verdad, el mundo. Y tanto nos rayamos que perdemos los papeles que el Ministerio nos manda (menos aquel que dice que filosofía es filosofar). Y a veces hasta nos olvidamos de reválidas y exámenes, obnubilados con esa idea socrática de que el único que puede juzgarnos es ese diosecillo interior que llamamos conciencia.

El día que venga un inspector no nos libramos de la cicuta y el suspenso. Pero mira, que nos quiten todos estos fascinantes años bajo el volcán de las ideas, en la boca de esta caverna del mundo, conversando juntos alrededor del fuego de la razón. ¡Feliz día de la filosofía!