Quizá fuera el brillo relumbrante de las monedas de oro, con las efigies de reyes y emperadores, o la atractiva suavidad de las de plata mostrando en sus caras barcos, delfines y otros motivos de troquelación, las que afectaron a las entrañas más profundas de sus poseedores --fueran los primitivos fenicios de Tiro y Sidón, o los griegos de Jonia, a los que se suele atribuir su invención-- lo que hizo anidar en ellos al "gusano" de la avaricia y de la ambición insaciable, que acabó pudriendo sus deseos, sus pensamientos y hasta sus acciones; que quedaron ya orientadas únicamente a acumular más y más dinero; olvidando cualquier sentimiento de caridad, de justicia o de solidaridad para con aquellos a los que pudiera estafar, saquear o arruinar, con tal de acumular mayores tesoros; solo para ocultarlos en cuevas, en hoyos o en los sotabancos de su miserable mansión.

LA AVARICIA y la usura fueron dos de las nefastas herencias dejadas, desde antiguo, por los pueblos que inventaron el dinero; precisamente para desterrar el "trueque" de productos y ganados --que habían sido "pecunia" durante siglos-- mediante precios y tasas expresados en objetos contables-- pequeños, atractivos e indegradables con los que medir también los "salarios", que se habían abonado con sal en los tiempos más remotos.

La evolución histórica del dinero, desde aquellas primeras monedas toscamente troqueladas en las cecas del Asia Menor, ha sido muy lenta y pausada a lo largo de los siglos. Eran muy pocos los que lo poseían en abundancia, en las escasas ciudades en las que se fabricaba o en las que se intercambiaba; y miles y miles los que apenas lo veían o sabían de su existencia. Lo que hacía que los "Epulones", los "Cresos", los "Midas", que llenaban leyendas y fábulas con sus enormes riquezas, no estuvieran dispuestos a que se cambiara o se transformara la naturaleza de sus tesoros ni su cuantía.

DESDE ANTIGUO también se conoció la práctica del "crédito" o "préstamo", que los poseedores del numerario hacían a los menesterosos que le necesitaban para sostener sus cultivos o familias; y con ello se extendió también la costumbre de recargar un "rédito" o interés a la cantidad que el prestatario devolvía a su dueño en el plazo estipulado. Y si este "rédito" era crecido y abusivo, hasta el punto de que no se pudiera pagar, se calificaba la operación de "usura", al prestamista de "usurero" y su actitud de inmoral y pecaminosa; pues causaba en sus víctimas ruina, desahucios, hambre y hasta muerte; por la angustia que causaba tan crecida deuda.

TODOS los "Libros Sagrados" de la Antigüedad --los que marcaban las normas morales y espirituales dadas por los Dioses-- condenaban radicalmente la "usura" y a los que la practicaban; pero muchos de ellos prefirieron los altos rendimientos del negocio usurario que las futuras penas y condenas de los mandamientos divinos. Las cosas no han cambiado demasiado con el paso de los siglos; a los antiguos "cambistas", "prestamistas" y "usureros", que residían casi siempre en las "aljamas" hebreas, sucedieron los bancos que ofrecieron sus créditos a reyes y emperadores, a obispos y Papas, cargando grandes "intereses" en cada operación.

Y CUANDO el oro y la plata fueron sustituidos por billetes de papel, por tarjetas de crédito o por otros efectos financieros abundantes y baratos, incluso la gente corriente, las familias humildes tuvieron acceso a los préstamos bancarios para tener casa, para montar negocios o para sostener su existencia diaria, pero siempre bajo la férula egoísta de altos intereses --sin duda usurarios-- y la amenaza de ser desahuciados, denunciados y echados al barro, en caso de no cumplir con estos pagos.

Las consideraciones humanitarias, solidarias o caritativas han desaparecido del halo del dinero, frente a los puros rendimientos del capital; únicos valores que ponen en marcha los mecanismos de unión en la sociedad actual.