He visto en YouTube la magnífica entrevista que Emanuel Mendoza le hizo en 2011 a la periodista mexicana Anabel Hernández, especializada en temas de corrupción. No es mi intención glosar el motivo de la entrevista (Los señores del narco, libro que ni siquiera he leído), sino la entrevista en sí. Y es que cada día resulta más inusual disfrutar de una conversación televisada en la que un entrevistador hace las preguntas adecuadas a la persona adecuada y permite que esta se exprese libremente y sin interrupciones.

La televisión de nuestros días tiende a la entrevista multitudinaria, de patio de guardería. Me refiero a esos espectáculos en los que un presentador o presentadora y cinco o seis contertulios con afán de protagonismo, especialistas en todo y en nada, se pisan unos a otros con la enérgica pretensión de que el entrevistado no tenga oportunidad de abrir la boca. (Lo cual a veces es de agradecer).

Pero no nos debería escandalizar este formato televisivo chusco marcado por el ruido y la banalidad. Al fin y al cabo, son una metáfora de los tiempos que corren. Muchos ciudadanos tienen al menos tres exigencias insalvables a la hora de consumir un producto cultural: que sea de usar y tirar, ruidoso y gratuito. El siguiente paso es concederles el deseo. Y los productores pensarán que es más fácil llenar un espacio con siete personas que con dos. Por muy poco que tengan que decir en plató, entre unos y otros consumirán el tiempo hasta que llegue el anuncio publicitario. Esa es otra de las características de la televisión actual: han pasado de insertar publicidad durante los programas a insertar programas durante la publicidad.

El periodismo de investigación valiente y riguroso que realiza Anabel Hernández, ese que se esfuerza en mostrarnos las aristas de la sociedad en la que vivimos, tiene mal encaje en una España que es líder mundial en telebasura. .

* Escritor