Periodista

Cuando viajo de Cáceres a Badajoz siento envidia. Me gusta, por ejemplo, el bullicio de la zona fronteriza de Caia: las naves, los camiones, las oficinas, la actividad... Todo ello me recuerda espacios transfronterizos europeos como el situado entre Aquisgrán y Maastricht o entre Mons y Valenciennes. Me atraen esas tierras de nadie donde todo el mundo está de paso y en los bares de las áreas de servicio siempre te encuentras con camioneros que te explican su vida aventurera entre una ducha y un café.

Sé que a muchos cacereños les da envidia ver que Badajoz cuenta con El Corte Inglés o con el parque temático Lusiberia. A mí la verdad, eso me da lo mismo. No me atraen ni esa forma de compra ni ese tipo de diversión. Tampoco creo que una población sea más ciudad por contar con un gran almacén o con un espacio de ocio acuático. También se podría interpretar que el hecho de tener autovía dota de un carácter más moderno a la capital pacense. Pero no, el cosmopolitismo y la modernidad son algo más esencial y profundo que, efectivamente, sí encuentro en Badajoz.

Hay una historia detrás, un poso fronterizo de siglos, una dimensión que trasciende lo local para sugerir cierta universalidad. Si tuviera que identificar una señal que resumiera las razones de mi sana envidia escogería una librería. Se llama Universitas y se ha convertido en una de las razones fundamentales de mis viajes a Badajoz. En Cáceres aún no hay tiendas de libros que puedan compararse con este comercio pacense. Parece mentira que en una ciudad universitaria como la cacereña no pueda uno perderse durante una tarde entre estanterías, mesas y anaqueles. He tenido que acercarme a Badajoz para encontrar libros sobre Casar de Cáceres o sobre el Valle del Jerte.

Y ya que estamos con libros, mi envidia se triplica al comprar en Universitas una historia de Badajoz, algo imposible en Cáceres porque la única historia de la ciudad, escrita por Antonio Rubio Rojas, sólo llega hasta Felipe II y no se sabe de ningún apoyo para continuarla ni de ningún proyecto nuevo que rellene esa laguna, sorprendente en una ciudad patrimonio de la humanidad.

Cuando viajo a Badajoz siento envidia de lo divertido que resulta desayunar cada mañana en sus bares, hasta el punto de que han tenido que ser franquicias de esa provincia las que traigan a Cáceres esa panoplia de tostadas con casi todo que empieza a animar los desayunos callejeros cacereños.

También envidio que allí hayan podido ver, hace tres meses ya, la película Nómadas del viento de Jacques Perrin, que lleva 13 semanas en las carteleras españolas, que tiene imágenes de gran belleza sobre aves rodadas en la provincia de Cáceres, que ha sido nominada a los premios Goya en el apartado de mejor película documental y que aún no ha sido proyectada en los cines de Cáceres.

Ya sé que Cáceres es una ciudad muy bella, que sus ciudadanos tienen mucha clase y que nos llaman mangurrinos porque nos tienen tirria, pero qué quieren, en muchas cosas, me da envidia Badajoz.