WDw esde que se supo que el sector financiero de todo el mundo entraba en crisis por sus decisiones de inversión equivocadas y que ese comportamiento se había seguido en todos los países desarrollados o emergentes, se insistía, para atenuar los efectos, que había que distinguir entre economía financiera y economía real. Vana ilusión: el empleo desaparece con la misma velocidad con que se han desplomado las cotizaciones bursátiles en todo el mundo. La economía real, la que afecta directamente a los ciudadanos que trabajan, consumen y devuelven créditos, ya está en recesión si se mide por la pérdida continuada del empleo en los últimos meses.

La Encuesta de Población Activa (EPA) del tercer trimestre, que mide el número de españoles en edad y disposición de trabajar, indica que el paro aumentó en 217.000 personas, lo que eleva la cifra oficial de parados a 2,6 millones. Tan elevado número no se registraba desde el año 2000. Pero hay otro dato más revelador: por primera vez, desde 1994, se ha registrado una destrucción neta de empleo en España. Sintomático: aquel año empezó el despegue de la economía española, que se aceleró a partir del 2000 con el boom de la construcción, que a la postre se convirtió en burbuja inmobiliaria, de la que ya se pagan las consecuencias: la pérdida de puestos de trabajo en el sector no solo es la más elevada, sino que ha contagiado al resto de actividades productivas. Y va a ir a peor, porque frente a las 600.000 viviendas que se están acabando, con la consiguiente extinción de empleos, casi no se inician nuevas promociones.

Si se analizan los datos de Extremadura, la tendencia es prácticamente la misma. El tercer trimestre de este año se ha cerrado con 4.100 parados más. La comunidad autónoma registra 71.000 desempleados, 10.000 más que hace un año y 20.000 más que hace dos, con una tasa que sube al 14,6%. Otra cifra negativa avala la destrucción de empleo: hay 400 ocupados menos que en el trimestre anterior, cosa que no ocurría desde 1997.

Los datos de la EPA reflejan, además, una paradoja: la masiva entrada en el mercado laboral de inmigrantes, que ha llevado a la población activa española a la cota sin precedentes de superar los 20 millones de españoles con trabajo o con aspiración de tenerlo, no remite pese a que han cambiado ostensiblemente las tornas. Cae el Producto Interior Bruto hasta rozar el crecimiento cero, pero los aspirantes a trabajar, según la EPA, siguen aumentando, quizá por un efecto de retroalimentación: la propia crisis hace que las familias pongan en disposición de trabajar a más de sus miembros.

Solo hay un remedio para atajar la pérdida de empleo: más inversión. Paro ello se necesita mejores empresarios de los que hoy se limitan a paliar la crisis con despidos y más autoridad política para exigir al sector financiero que no siga colapsando el crédito a los creadores de empleo.