TTtodos los días se reanuda el mundo. Y el barrio. La pescadera levanta la persiana muy temprano, antes de que la furgoneta le traiga el género, cuando la luz todavía no ha cuajado. A esa hora el tráfico es indeciso. Pasan autobuses cuyos fluorescentes dejan un rastro de sábanas aún calientes. La mañana intacta huele a café. Llega el turno de los repartidores; después, el de los críos, adormilados a la entrada de la escuela, y el de las corbatas apresuradas. Cada uno corre a su afán. Cada cual retoma la valentía de su rutina. Como escribió César Vallejo , "y madrugar, poeta, nómada,/ al crudísimo día de ser hombre".

En estos tiempos tan feos, se detecta una revalorización del término madrugar , entendido como trabajar duro y con ganas. La cultura del esfuerzo, vamos. Ya la ensalzó Guardiola al afirmar que si nos levantamos bien temprano y nos ponemos a currar no habrá quien nos pare. Un discurso catártico el de Pep. Me gusta ese hombre, cuanto dice y hace.

También Rajoy llamó a madrugar el otro día, en la convención del PP en Málaga. Dijo: "En estos días en que se habla tanto de esfuerzos he recordado muchas veces cómo mi padre se levantaba a las cinco de la mañana para ayudarme a preparar mis oposiciones. (-) Somos hijos de una generación de españoles esforzados". Estoy segura de que Rajoy tuvo que romperse los codos en sus madrugadas estudiantiles, puesto que compaginó el último año de la carrera de Derecho con el temario de las oposiciones. Empolló como un loco, y a los 24 años se había convertido en el registrador de la propiedad más joven de España.

La épica de levantarse temprano y ponerse al lío es encomiable. Cierto que genera réditos, pero siempre y cuando se tenga un objetivo, un rumbo claro, y por de pronto el candidato del PP se mantiene en una nebulosa de indefinición. Aún no ha dado una sola idea de qué se dispone a hacer en medio de esta crisis devoragentes.