TItbamos a la era en el verano cuando daban las cuatro de la tarde. ¿Hacía calor entonces a las cuatro de la tarde? Nos dejaban las mulas para que con ellas diéramos vueltas a la parva, circular y mullida. Levantaba polvo, pergañas, moscas, tábanos, el trote cansino de los animales, tan sudorosos, tan castigados a causa de nuestra insistencia, clavándoles las sandalias en su inmensa barriga.

Y éramos felices allí, subidos al trillo, que iba traqueteando como el tren que nunca conocimos sino en las películas de vaqueros y de bandidos, que siempre lo asaltaban. Con todo ello, montábamos también nuestra propia película.

Ahora ya en los pueblos no hay eras que reciban a los pocos chicos que nos han quedado en nuestros páramos calcinados por el sol.

Aunque algunos aparecen alegres en las piscinas que cada población ha ido construyendo muchas veces donde estuvieron las mieses expandidas. Son niños regados por la trabajada abundancia que con tanto sacrificio conseguimos.

Pero los de entonces, los niños del secano, seguimos guardando el recuerdo limpio de aquel veraneo de campo y carro, botijo y regato al final de la tarde, donde dejábamos el sudor de la alegría.

*Historiador y concejalsocialista en el

Ayuntamiento de Badajoz