La pugna permanente entre los dos grandes partidos independentistas, ERC y el universo posconvergente articulado alrededor de Junts per Catalunya ha derivado en una crisis abierta tras la decisión de los posconvergentes de pactar la presidencia de la Diputación de Barcelona con el PSC. Pocos análisis tienen más fuerza que la afirmación de Elsa Artadi de que la unidad de acción del independentismo «ha tocado fondo». No es aventurado pues afirmar que la relación de los dos socios del Gobierno de Quim Torra está rota a la espera de la sentencia del Tribunal Supremo sobre el ‘procés’. El fallo abrirá un nuevo escenario político que es probable que acabe en unas elecciones autonómicas en las que las dos formaciones dirimirán su pulso por la hegemonía en el soberanismo. Hasta entonces, no cabe esperar movimientos en el Ejecutivo catalán. Pero como el pulso abierto con la Diputación de Barcelona indica, se trata de una relación de conveniencia.

En la Diputación de Barcelona --una institución con un potente presupuesto--, JxCat prefirió pactar con el PSC antes que con ERC, pese a que los republicanos tienen los mismos diputados que los socialistas. Después de perder la alcaldía de Barcelona por un pacto entre Ada Colau y Jaume Collboni con el apoyo de Manuel Valls, para ERC el acuerdo entre socialistas y posconvergentes ha sido recibido como una afrenta. Ayer, los republicanos tentaban a los posconvergentes con la presidencia de la Diputación para que estos rompan el pacto con el PSC, entre llamamientos de ambos partidos de que abandonen los pactos con los socialistas. Es decir, llamamientos a levantar líneas rojas.

La pugna entre ERC y el mundo convergente ha marcado la política catalana los últimos años, casi siempre para mal. Sin este pulso por la hegemonía independentista no se entiende la espiral que llevó a la deriva unilateral del 1-O y a la crisis de octubre del 2017. Los resultados electorales de las legislativas de abril y de las municipales y europeas de mayo no han hecho más que preparar el camino del pulso final, que serán las autonómicas. En esta pugna permanente por la pureza independentista, las líneas rojas cotizan más que los pactos transversales, de ahí que acuerdos como los de la Diputación sean cuestionados. Revertir lo acordado sería un error, porque lo que necesita Cataluña no es más frentismo, sino precisamente acuerdos transversales que contribuyan a la gobernabilidad.