Hace cuatro años se produjo la invasión de Irak. Los anuncios de tambores de guerra se hicieron realidad. En aquel momento, escribí dos artículos en prensa en los que criticaba la intervención militar, calificándola como errónea, injusta y desproporcionada. La repercusión entonces de mis opiniones me convirtió, contra mi deseo, en protagonista durante un par de días, pues apenas se había movido nadie en el PP con ocasión de esa controvertida decisión. Fue muy duro entonces soportar la incomprensión, el desprecio y el rechazo de algunos que no perdonaron nunca ese desahogo de conciencia.

Dejé de ser cabeza de lista electoral por Cantabria, posición en la que concurrí en 1996 y 2000. Cuando ya estaba completamente eliminado de las listas, Mariano Rajoy , ]en una decisión personal, me incorporó a su lista por Madrid. Ello habla claramente del carácter comprensivo, tolerante y más abierto de quien es ahora presidente del partido.

En varias ocasiones he reiterado mis opiniones en este tiempo, y también con ocasión de la forma tan equivocada de gestionar la posguerra, con gravísimas vulneraciones de derechos humanos y libertades más elementales, llegándose a realizar actos profundamente indignos para la humanidad y claramente dañinos para las democracias occidentales. Con ocasión del tercer aniversario, publiqué en este diario un artículo sobre ello.

XAHORA UNx compañero histórico y más relevante en el grupo parlamentario ha hecho unas declaraciones en las que califica de "error" la foto de las Azores. Sus palabras hicieron que los medios de comunicación me interpelasen sobre ello. Simplemente procedí a reiterar lo que había sostenido entonces y, por coherencia, sigo manteniendo. Lo que era opinión entonces se ha convertido en una evidencia incontestable, y lamentablemente los hechos nos han dado la razón.

Es indudable que en toda organización han de mantenerse unos principios básicos y cohesionados, pero no debe confundirse nunca la lealtad con la sumisión, ni la unidad con el uniformismo. Al reiterarme en lo que entonces opinaba no hacía sino expresar, desde mis convicciones y mi libertad mínima, lo que es claro: el desastre que Irak ha supuesto para las democracias, para España y para el Partido Popular.

La resistencia de los partidos a aceptar la evidencia y querer dar una imagen deformada de la realidad incuestionable, y la persistencia en la negativa a admitir voces que expresen matices diferenciales solo afecta a la credibilidad. Existe una tendencia innata en todos los partidos a empeñarse en negar la evidencia, como si admitir errores fuese algo funesto. La obsesión se produce tanto si ha habido relevo formal de la dirigencia interna del partido como, más aún, si siguen manteniéndose los mismos, más ocupados en seguir justificando el pasado que en mirar hacia el futuro. En cambio, admitir con naturalidad errores aporta credibilidad y más legitimidad al hacer crítica. Y negarse a que alguien tenga voz propia y exprese sus convicciones es algo que acaba ahogando al partido.

Los que quieran entenderlo de otra forma cometen una gran equivocación. La insistencia o contumacia en negar lo que es evidente, en colocar y mantener un manto de silencio para justificar el pasado en lugar de mirar hacia el futuro, no lleva a ningún lugar.

Con la misma sinceridad con la que me expreso, creo que, en mi opinión, los ocho años de Gobierno del PP con José María Aznar al frente entre 1996 y 2004 trajeron gran prosperidad y progreso a nuestro país. Ello estuvo cimentado por una labor de equipo y, muy especialmente, por la humildad que nos llevaba a buscar encuentros y acuerdos con los demás partidos.

Esto quebró en el final de nuestro mandato, en el que tuvimos comportamientos que se alejaron de lo que había posibilitado nuestro éxito. Y tuvo su cénit con la guerra de Irak. Pese a todo, creo que el balance de esa etapa fue muy bueno. Sin embargo, como toda obra humana, no todo fue perfecto. Y admitir esto con naturalidad es ser realista, y nadie se tiene que rasgar las vestiduras por decir que en nuestra etapa de gobierno, junto a éxitos evidentes, también cometimos algún fallo.

Lo que ha acontecido en este tiempo refuerza la necesidad de admitir que la decisión de invadir Irak y el apoyo político dado por España fueron un claro error. No es necesario, como algunos pretenden, pedir perdón, flagelarse o humillarse. En la andadura de presidentes de gobierno anteriores están también entrelazados errores y aciertos. Pero nadie tiene por qué demandar a Adolfo Suárez o a Felipe González que pidan perdón por decisiones erróneas. Algunas fueron de gran trascendencia, pero nadie ha exigido disculpas. Desde el resentimiento no se construye la historia ni se hace camino.

Con la guerra de Irak deberíamos poner fin al resentimiento en nuestro país, admitiendo nuestro error y pidiendo que cesen esas constantes invocaciones de culpabilidad que tienen un trasfondo de odio. Con esos odios hemos generado una fractura social en la que la tercera España asiste, triste, a la catarata de descalificaciones e insultos que actualmente ensordecen el ambiente.

*Diputado del PP por Madrid